Hoy hace 25 años de la proclamación de Barcelona como ciudad olímpica. Recuerdo perfectamente aquel día, y me produce una cierta melancolía. Entonces, estudiaba COU muy cerca de Plaza Cataluña, y finalmente, bajé con otros jóvenes de mi clase a la plaza, donde lo celebramos y saltamos de alegría porque Barcelona sería ciudad olímpica.
Pertenezco a una generación la cual vivimos, como nuestra ciudad preparaba los juegos y en plena juventud vivimos el verano mágico del 92. Estamos orgullosas y orgullosos de nuestra ciudad. Sin duda, para mí mi primera dentidad es ser barcelonesa.
Recordar este 25 aniversario en que Barcelona fue designada ciudad olímpica me provoca varios pensamientos…
La reivindicación de la política y de lo “público”, porque es fundamentalmente el liderazgo público, desde donde se pueden liderar grandes transformaciones. En este caso, la transformación de la Barcelona gris a la Barcelona de cara al mar y a la Barcelona conocida en el mundo. Yo no viví esa época como una joven ciudadana que observaba la evolución de la ciudad, con compromiso político. Viví como los proyectos de transformación, se convertían en obras y hechos, que provocaron cambios sociales en la ciudad.
La capacidad de liderazgo del alcalde Pasqual Maragall, que aglutinó muchos esfuerzos y voluntades, con la tozudez del que tiene un proyecto claro para conseguir una nueva Barcelona más equilibrada.
El recuerdo de momentos de iluminación, ilusión y esperanzas en un futuro mejor , y con expectativas de mejora, cuando ahora mismo estamos precisamente no sólo en un momento de crisis y complejidad, sino de cierta falta de expectativas. Hacen falta proyectos colectivos potentes y adecuados a las nuevas realidades sociales, que nos permitan caminar hacia escenarios de mejora y progreso.