Sesión 3, ponencia prostitución 01/06/2006.
M. José Barahona, profesora de la UCM. Centró su intervención en el prostituidor y dijo: “también podríamos llamar putero o putañero” desde su experiencia de 18 años trabajando en prostitución.
“El prostituidor tiene una participación activa sobre la demanda ; determina el mercado en base a sus demandas” y demostró como se trata de una acción planificada.
“La prostitución y el tráfico están absolutamente relacionados: sin prostitución no habría tráfico de mujeres”
En su estudio hizo una aproximación al perfil del cliente de la prostitución femenina en la Comunidad de Madrid, su principal conclusión fué que no existe un perfil del cliente. “Lo único que le caracteriza es ser hombre y disponer de dinero y tiempo”, no dicen haber encontrado una sexualidad distinta a la que tienen con otras mujeres, ni una fantasía, ni una “maestra sexual”, su conclusión es que “ El motivo de ir de prostitutas viene dado por ser una expresión de poder y superioridad frente a la mujer: el dominio que sienten al seleccionarla , escoger a una y disponer de ella.”
Cristina Garaizábal, Hetaira, pidió que se separe la lucha contra el tráfico, de la prostitución voluntaria.
“No debe considerarse las mujeres prostitutas víctimas, eso las deja sin voz”, explicó que tiene una opinión similar de la Ley integral contra la violencia de género.
Afirmó que es falso el dato de que el 95% de las prostitutas sean obligadas, las cifras de Hetaira de las prostitutas de las calles de Madrid demuestran que el 85% son por decisión propia, eso sí, condicionada por el nivel económico.
“La persecución de clientes empeora las condiciones de trabajo, y la penalización de los dueños de clubes dejan desprotegidas a las trabajadoras.”
Algunas propuestas: considerar la prostitución un medio para conseguir legalizar la residencia, utilización de espacios públicos en pie de igualdad con los vecinos, regular laboralmente el trabajo en clubes, la prostitución debe ser un trabajo tanto por cuenta ajena como propia.
“La prostitución no es un trabajo como cualquier otro, sino que tiene características especiales… es importante que se recorten las prerrogativas de la patronal”
Respecto a la polémica sobre el trafico de miles de mujeres en Alemania durante el Mundial : “Basta ya de hacer demagogia con este tema”, allí las prostitutas están en locales en condiciones.
Dolores Juliano. LICIT. Argumentó que la prostitución es una opción para algunas mujeres y ellas lo consideran un trabajo, debe reconocerse como trabajo. También por la lógica del mercado, no podemos permanecer ajenas al mercado, “hay una mercantilización de las tareas de cuidado”. “Ninguna otra actividad se transforma en delictiva porque se cobre por ella, si algo no se puede hacer no se puede hacer ni gratis, ni cobrando”
Explicó el fenómeno de la feminización de la pobreza que hace que muchas mujeres para subsistir recurran a esta opción. Propuestas: facilidades de autoorganización, derecho de residencia para inmigrantes, actividad por cuenta ajena y regular obligaciones de la patronal, no registros específicos, no controles sanitarios.
Más sobre la ponencia en prostitución.
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Soy un joven que lleva unos seis años leyendo y estudiando sobre el fenómeno de la prostitución (femenina y adulta)… Después de este tiempo sigo teniendo yn montón de dudas e interrogantes al respecto. No obstante, por si alguien quiere conocer un poco cuáles son las certezas o cuasi-certezas que sobre este complejo asunto creo tener, puede leerme en la siguiente dirección de internet:
blog ‘Héroe de Sillón’; sección ‘prostitución’, comentarios a los textos: “Experiencias de un Putero” (aún sin terminar) y “Jóvenes y Prostitución”. Firmo como ‘Ibán’
A la atención de Dolores Juliano:
Una vez leído, analizado y habiendo reflexionado sobre el contenido de la
intervención de Dolores Juliano ante la Comisión de Estudio sobre la
prostitución del Congreso, solamente dejar enunciadas las siguientes
objeciones y críticas:
Dolores Juliano en su conceptualización de la prostitución como un
trabajo, parece ignorar varios aspectos fundamentales del problema debido
nuestra autora se mueve exclusivamente en un nivel de análisis: el referido
al punto de vista de unas mujeres en cuanto individuos que realizan una
actividad (ya sea ‘actividad prostitutiva’ o ‘trabajo sexual’, llamémosle como
queramos) en el seno de una sociedad de mercado como la nuestra, y por
la que son remuneradas. Así ‘trabajo sexual’=actividad remunerada que
realizan unas mujeres a las que conocemos como prostitutas
o ‘trabajadoras del sexo’. Se nos pide, en consecuencia que nosotros/as –
la sociedad- respetemos las decisiones de las mujeres que decidan
desarrollar dicha actividad remunerada (trabajo) tratando de
comprenderlas en sus motivaciones y razones para desempeñarla;
tratando de ser empáticos con ellas.
La argumentación de Juliano se apoya mucho en la importancia del factor
económico para que muchas mujeres decidan obtener ingresos con dicho
trabajo y permanecer en él. Plantea -de un modo, a mi juicio, acrítico o
sesgado- que no hay nada de malo, desde un p. de vista ético, en cobrar
por una actividad que las mujeres han realizado gratis tradicionalmente: la
actividad sexual (al igual que otra muchas actividades pertenecientes al
ámbito de los cuidados y de las actividades relativas a la reproducción
social). Este análisis parece ignorar completamente el carácter de
institución social patriarcal que tiene la prostitución, una institución que,
tras siglos de historia, ha pervivido hasta nuestros días. Ignora
completamente la ideología patriarcal (el ‘heterosexismo’, por ejemplo) que
alimenta a dicha institución. Ignora también, en correlación con lo anterior,
las funciones sociales que cumpliría el hecho prostitucional en el
mantenimiento de un orden social no igualitario (patriarcal) en materia de la
organización social de la sexualidad y sexo-afectividad de hombres y
mujeres de una sociedad donde exista dicha práctica social; unas
funciones sociales que ya han sido cuestionadas y criticadas desde un
feminismo para el que el ideal ilustrado de la Igualdad importa y sigue
contando (así: Marcela Lagarde Y de los Ríos -ver su tesis doctoral-,
Carmen Vigil, Bruckner y Finkielkraut, J.V. Marqués, investigadores de la
figura y rol del varón cliente de la prostitución: Sven-Axel Mannson, Clara
Guilló, Mª José Barahona… ). La conceptualización de Juliano ignora -del
mismo modo- el nivel de anáisis que focaliza hacia la prostitución como una
relación social entre individuos de diferente género (aunque ambos
establezcan una suerte de ‘contrato’), una relación que es desigual desde
el principio (desigualdad estructural) en lo que respecta al poder que tiene
cada uno de los actores sociales que aceptan el contrato de prostitución
(la desigualdad de género siempre aparece asociada con alguna otra
desigualdad presente en las circunstancia vital de la mujer oferente de
prostitución, sin contar la desigualda en materia de sexualidad -el ‘doble
estandard’). Esta relación entre varón y mujer es asimétrica, resultando de
ella una sexualidad no recíproca, se basa siempre en una ‘objetualización
sexual’ del varón sobre la mujer (aunque la misma pueda variar en grado),
se da en el marco de una relación de poder (también variable en intensidad
según situaciones y tipos de prostitución), el sexo que es posible en ella
suele ser ‘despersonalizado’ en mayor o menor grado, supone unos fines,
en cada uno de ambos actores -por lo general- bastante instrumentales
con relación al ‘otro’ de la relación, etc. [cf. por ejemplo: Claude
Jaget: “Una Vida de Puta”, Bruckner y Finkielkraut: “El Nuevo Desorden
Amoroso”; Regina de Paula Medeiros: “Hablan las Putas”, estudios
sociológicos de Mª José Barahona; Carla Corso: “Retrato de Intensos
Colores (todo lo referido a: la relación con los clientes, su concepto de la
prostitución como un trabajo y el significado que esta actividad ha tenido
para ella), Álvaro Colomer: “Se Alquila una Mujer: historias de putas”;
entrevistas y testimonios con clientes y prostitutas, dispersas en
publicaciones varias
Por todo lo anterior creo que para la conceptualización de la prostitución
como trabajo, Juliano (de modo parecido a otras autoras como Garaizábal,
Pheterson e incluso Raquel Osborne, requiere adoptar un perpectiva
individualista a la hora de abordar el fenómeno, una aproximación desde
las vivencias y el discurso de algunas mujeres que están inmersas en la
actividad y que plantean que les compensa de alguna manera seguir en ella
(el tema económico suele pesar bastante). Resulta así que la defensa de la
prostitución como un trabajo en Juliano, es en realidad una defensa de
la ‘actividad prostitutiva como estrategia de sobrevivencia (y
eventualmente de empoderamiento) que realizan las mujeres. Es una
conceptualización que a mi juicio se apoya en uno presupuestos éticos que
podríamos calificar de pragmatistas-individualistas (cualquier praxis
humana lo es en función de un interés individual, y éste es en si mismo un
criterio de validación de dicha praxis), muy propios de los tiempos en los
que vivimos -de globalización de la economía, de relativismo moral, etc.).
Por otra parte, el marco feminista de Juliano, así como en general el de
las teóricas de la prostitución que se alinean con el movimiento social por
los derechos de las prostitutas, es un feminismo que parece anteponer el
ideal de la Libertad (en cuanto libertad negativa o autodeterminación) a
todo lo demás, olvidándose -comoya insinué anteriormente- de otro de los
ideales fundamentales para el Feminismo como es el de la Igualdad (no es
casualidad entonces que teóricas que se inscriben el llamado ‘feminismo
filosófico’ español como Rosa Cobo o Luisa Posada firmen manifiestos
abolicionistas en lo que respecta a qué política prostitucional debe adoptar
nuestro país).
Por otra parte -y para ir finalizando- el problema de cómo afecta
la ‘actividad prostitutiva’ a las mujeres (a su identidad personal y a su
identidad genérica) a mí me parece que está pendiente de ser abordado
adecuadamente. El marco teórico del ‘estigma de puta’, aunque nos ha dado
muchas claves, creo que no resuelve todas las incognitas. En base a
relatos de vida y testimonios de mujeres que han estado por un tiempo
prolongado en la actividad, tiendo a coincidir con autoras como Marcela
Lagarde (“Los Cautiverios de las Mujeres: Madresposas, monjas, putas,
presas y locas”) en que la prostitución es una forma de ‘cautiverio’ para
las mujeres, para su identidad genérica (una identidad construida
culturalmente por contraposición a otra identidades cautivas como la de la
madresposa y la monja)*
(*) Sobre este asunto, puede leerse la primera parte de mi comentario al
texto “Experiencias de un putero” en el blog ‘Héroe de Sillón’,
sección ‘prostitución’.
UN COMENTARIO CRÍTICO A LAS CONSIDERACIONES HECHAS POR CRISTINA GARAIZÁBAL EN TORNO A LA MORAL SEXUAL Y LA PROSTITUCIÓN, EN SU LLAMAMIENTO PARA QUE SE RECONOZCA SOCIALMENTE LA PROSTITUCIÓN COMO UN TRABAJO
Cristina Garaizábal, de modo reiterado, en su defensa de que se reconozca la actividad que realizan las prostitutas como un trabajo (como ‘trabajo sexual’) se refiere a la condena moral que recae en nuestra sociedad sobre la actividad de prostituirse argumentando que ello se debe a que “la sexualidad sigue sacralizada y magnificada en nuestras sociedades y, a pesar de que quien más o quien menos vende algo para subsistir (por ejemplo: su capacidad de trabajo, sus conocimientos, etc.), vender sexo se considera lo peor de lo peor, la mayor de las indignidades. Pero también está claro que se considera peor que sea una mujer quien lo haga”.[Cristina Garaizábal: “Derechos Laborales Para Las Trabajadoras del Sexo”, en AA.VV.: “Inmigración: Nuestros miedos e inseguridades”. Gak@a : San Sebastián, 2002, p. 84.] Garaizábal con este planteamiento vuelve a insistir -una vez más- en el tema del ‘estigma de puta’ que explicaría la condena moral que recae sobre las mujeres en prostitución, pero también se posiciona éticamente con respecto a la sexualidad, y lo hace, a mi juicio, al modo relativista. Así en su intervención ante la Comisión Mixta del Congreso volvía a plantear que: “(…)Parece claro que ante la prostitución caben diferentes valoraciones morales, habrá a quien le parezca peor o mejor en función de las ideas que se tengan sobre la sexualidad, porque creo que en última instancia este es el problema. (…) Respetando las posiciones de cada cual no creo que las feministas tengamos que ser las garantes de la moral pública estableciendo lo que es políticamente correcto en el campo de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres”. [Cristina Garaizábal en hoja 15 de la transcripción de su intervención en el Congreso] ¿No son esta consideraciones de Garaizábal poco más que ‘pensamiento débil’? Aún sabiendo que ella las hace en clara confrontación con la ideología respecto al tema (ciertamente criticable en la mayoría de aproximaciones que se han realizado) de aquéllos/as que se alínean con las posiciones abolicionistas más frecuentemente leídas y escuchadas (Dice Cristina: “Así equiparar la prostitución con la violencia de género o con la exclavitud sexual, parece que responde a una determinada idea de la sexualidad en la que la heterosexualidad y los hombres aparecen siempre bajo sospecha, como sádicos con patologías específicas en relación a la sexualidad”), creo que su posicionamiento ético en relación a la sexualidad es claramente relativista. Un relativismo rastreado en su discurso en torno a la prostitución y a las ‘trabajadoras del sexo’, en el que no habría sexualidades mejores ni peores… todas son igual de válidas siempre que sean consensuadas entre los participantes y se hagan en condiciones de respeto y libertad. En lo que se refiere a este tema, Garaizábal parece seguir las tesis de Gayle Rubin. Como sabemos esta invstigadora y antropóloga feminista en la década de 1980 hizo público un análisis donde criticaba la moral sexual dominante en nuestras sociedades occidentales modernas, una moral que ella conceptuaba como ajustada a un patrón jerárquico de valor sexual en el que habría unas sexualidades consideradas buenas y otras consideradas malas a lo largo de una escala de gradaciones (desde lo mejor: el sexo heterosexual, en matrimonio, monógamo, procreador y en casa hasta lo peor: el sexo intergeneracional y situado fuera del matrimonio). Pues bien Garaizábal (al igual que G.Pheterson) coincidiría con Gayle Rubin en que: “(…) La mayoría de los sistemas de enjuiciamiento sexual -ya sean religiosos, psicológicos, feministas o socialistas- intentan determinar a qué lado de la línea (la línea divisoria entre sexo malo y sexo bueno) está cada acto sexual concreto. Sólo se les concede la complejidad moral a los actos sexuales situados en el “lado bueno”. Por ejemplo los encuentros heterosexuales pueden ser sublimes o desagradables, libres o forzados, curativos o destructivos, románticos o mercenarios. Mientras no viole otras reglas, se le concede a la heterosexualidad la plena riqueza de la experiencia humana. Por el contrario todos los actos sexuales del lado malo son contemplados como repulsivos y carentes de cualquier matiz emocional. Cuanto más separado esté el acto de la frontera más regularmente se le muestra como una experiencia mala.” [v. pág. 141 de la obra de Rubin que se cita a continuación] En otro momento de su crítica Rubin afirma lo siguiente: “Una moralidad democrática debería juzgar los actos sexuales por la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta. El que los actos sean homosexuales o no, en parejas o grupos, desnudos o en ropa interior, libres o comerciales, con o sin vídeo, no debiera ser objeto de preocupación ética.” [cf. pág. 142 de: Gayle Rubin: “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en: “PLACER y peligro: Explorando la sexualidad femenina” (selección de textos) / Carole S. Vance (comp.). Talasa : Madrid, 1989] Pues bien, a tenor de esto, yo le preguntaría, a G. Rubin cómo es posible legitimar los actos sexuales que se dan en el marco del ‘contrato de prostitución’ si tomamos como criterio de legitimación ese que adopta ella de: “la forma en que se tratan los que participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta”. Y lo mismo para Garaizábal cuando ella dice: “Para mí, las relaciones sexuales deben regirse por los mismos valores por los que debe regir el resto de relaciones humanas, el respeto, la libertad, la solidaridad(¿?)” [cf. hoja 15 de la transcripción de la intervención de Garaizábal ante la Comisión Mixta del Congreso]. Por lo que yo creo saber, tras haber leído y reflexionado bastante sobre el hecho prostitucional en general y sobre la relación prostituta-cliente en particular y tras haber conocido testimonios tanto de mujeres en prostitución como de los usuarios de sus servicios, la sexualidad posible en la prostitución es (a la fuerza) una ‘mala’ sexualidad (y por eso no me extraña nada que buena parte de la sociedad pueda -sabiamente- haber intuido esto y por este motivo, entre otros, rechace la prostitución). Al margen del ‘estigma de puta’, ese rechazo hacia la prostitución como forma de relación entre hombres y mujeres, puede deberse: 1) a que la sociedad intuye o cree – acertadamente- que la misma se da en un marco cultural patriarcal: bajo una ideología heterosexista en la que se da una ‘apropiación’ erótica de las mujeres (véase ‘NOTA’ a continuación y también Carmen Vigil op. cit. y Marcela Lagarde, op. cit.), 2) a que la relación que establecen el hombre y la mujer en la prostitución es, como consecuencia de lo anterior, desigual y asimétrica, y que tal desigualdad no se resuelve en absoluto, sino que se refuerza a través del carácter comercial de dicha relación (se asientan los roles de ‘trabajadora/servidora sexual ‘ y de ‘cliente’ y, en general, se desarrolla toda una ‘cultura’ en torno a ellos, trátese del tipo de prostitución de que se trate), 3) a que, en consecuencia también de lo anterior, la sexualidad de la mujer resulta escindida en la práctica prostitutiva, afectando este hecho posiblemente a su identidad tanto personal como genérica; 4) a que, a consecuencia de la desigualdad de poder estructural (económico y de género: de igualdad de oportunidades) y de la desigualdad debida a la ideología heterosexista y al ‘doble standard sexual’ para varones y para mujeres aún vigente , el acto-cliente de entrada en el contrato de prostitución puede ser visto como una conducta abusiva del hombre sobre la mujer, 5)a que se sabe que la sexualidad resultante de la interacción prostituta-cliente es poco o nada placentera en comparación con otras relaciones hombre-mujer en las que prima el conocimiento y el respeto mutuos entre los dos miembros de la pareja; 6) a que las prácticas sexuales y sexo-afectivas hallables en la prostitución responden a los deseos egoistas de los varones que son, al fin y al cabo, los que pagan, lo cual a su vez suele ser un factor generador de tensiones y problemas en el seno de la relación prostitutiva en la que cada una de las partes puede intentar mantener el poder (los ‘trucos’ de prostitutas y clientes es algo que conocemos todos/as por numerosos testimonios, como también las reacciones agresivas y violentas de ellos); 7) a que se puede hipotetizar que la existencia de la prostitución como práctica social institucionalizada, por las funciones sociales que cumpliría (compensatorias, sustitutivas…) a nivel de la organización social de la sexualidad y la afectividad (quizá sobre todo masculinas) tiene un efecto sociológico de cierto alcance (tanto a nivel social como simbólico), que contribuiría a que las relaciones entre hombres y mujeres en el ámbito de ‘lo personal’ no avancen en igualdad ni hacia un mejor entendimiento entre los géneros (para esta aproximación sociológica funcionalista, cfr. por ejemplo: Ignasi Pons(1995): “Prostitución: Lugares y Logos”, Kingsley Davis(1937): “Sociology of Prostitution”; Sven-Axel Mansson(2000): op. cit., Bruckner y Finkielkraut(1977): op cit.). NOTA: Así, por ejemplo, dice Josep-Vicent Marqués: (…) Lo que hemos llamado un problema imaginario es, en realidad, un problema patriarcal. El patriarcado enfrenta al varón con una Imagen-Modelo de Varón y con una permanente sospecha de que otros varones lo son más que él. Al mismo tiempo propone a la mujer como el terreno donde los varones diluciden sus problemas de competetencia. La tensión resultante es incompatible con el orden social, a menos que las mujeres decentes no tengan oficialmente sexualidad y por ello acepten la del varón que les toca en suerte. Prohibirles el contacto con otros varones eliminaría la indeseada competencia entre ellos y, como esa prohibición sería escandalosa que se hiciese como tal, se hace en nombre de su supuesta indiferencia hacia el placer, disfrazada de interés hacia otras cosas como el cuidado de los niños, la afectividad o el sacrificio. Pero también, PARA EVITAR UNA INCOMPETENCIA INDESEABLE ENTRE LOS VARONES, es preciso que existan ciertas mujeres a las que los varones puedan acceder sin competir, precisamente porque se le supone, alternativa o acumulativamente, un entusiasmo por el sexo indiferenciado o una irrelevancia social mayor que la de las demás mujeres. La prostituta y todas las demás mujeres (pobres, relativamente libres) quizás podrán expresar sus preferencias sexuales, aunque se espera de ellas que no lo hagan, pero esa opinión será irrelevante precisamente porque se ha decretado su irrelevancia, que no es ya la genérica de las mujeres sino adicionalmente, la del estigma social que les acompaña” [cfr. pp. 111-112 de: MARQUÉS, Josep-Vicent: “Sexualidad y Sexismo”. Fundación Universidad-Empresa-UNED : Madrid, 1991]
Planteada así la cuestión -contemplando otros nivéles de análisis: el de la prostitución como institución social patriarcal y el de la relación prostituta-cliente, ¿cómo es posible entonces defender la idea de una sexualidad ‘buena’ o que no ha de ser ‘mala’ para el caso de la prostitución, tal y como hace Cristina Garaizábal (Hetaira)? A mi juicio esto sólo es posible desde una acomodación al ‘pensamiento débil’, relativista; por un mecanismo de suspensión del juicio cuando a una se le plantea la valoración de la sexualidad que se da en la relación prostitutiva o más en general la valoración de la relación prostituta-cliente y su significación social.
El ‘mirar hacia adentro’, hacia lo que acontece en el contrato de prostitución, sólo parece interesarle a Garaizábal, al igual que a otras teóricas pro-‘trabajo sexual’ como Pheterson y u Osborne, para referirse a la capacidad de las mujeres de retener poder sobre su cliente y salir airosas de la negociación en el contrato que establecen con él y de la experiencia prostitutiva (ellas tan “sólo venden actos sexuales”, no se comprometen más que eso, gracias a cosas como:la capacidad que pueden tener de elegir ellas al cliente, a los mecanismos psicológicos de que disponen para separarse de lo que sucede en la relación, etc.); de ahí la lógica y justa -por otra parte- reivindicación fundamental del derecho que deberían tener asegurado las ‘trabajadoras del sexo’ de poder ellas elegir y rechazar a los clientes en total libertad. En mi opinión este no querer adentrarse a examinar críticamente ni a valorar la clase de sexualidad que se ‘compra’ y se ‘vende’ en la relación prostitutiva, ni tampoco las posibles funciones sociales que estarían cumpliendo en una sociedad como la nuestra las mujeres en prostitución al realizar la actividad, es debido seguramente a no querer entorpecer -por parte de las activistas no prostitutas- el avance del movimiento por los derechos de las prostitutas en sus reivindicaciones, pues hacer la crítica a la actividad desde dentro contribuiría a romper la cohesión entre activistas prostitutas y no prostitutas e incluso podría significar una mayor estigmatización. Raquel Osborne, hace ya años, reconocía esto cuando exponía en unas jornadas:
“Por parte de las prostitutas, la distinción, tan insistentemente proclamada por ellas, entre ‘prostitución forzada y prostitución voluntaria’ implica, entre otras cuestiones, la defensa de la existencia de su actividad, que no se hallan dispuestas a poner en entredicho. Hay razones de orden práctico para ello: el ‘orgullo de ser’, de existir frente a tantos obstáculos con los que se enfrentan, difícilmente se puede entender si se establece que lo mejor que podría sucederles es su desaparición, profesionalmente hablando. (…) Si lo pensamos dos veces quizá empezaremos a entender -y cualquiera que ha estado sentada hablando con una prostituta de tú a tú lo ha experimentado así- que resulta muy difícil compartir con una prostituta su lucha por la consecución de sus derechos, llegar a una compenetración, no sólo política sino humana y personal, de igual a igual, si se la está censurando por no afirmar la necesidad de su desaparición. Como muy bien señala Tatafiore, desde la óptica de las prostitutas más politizadas, “su propio oficio no debe entrar en discusión . Ellas son empujadas a la denuncia de las injusticias que padecen en nombre de la moral y del orden constituido, de suerte que una crítica de la condición de prostituta desde dentro parece superflua e incluso peligrosa porque podría exponerlas a nuevas censuras morales”(Roberta Tatafiore, “Las prostitutas y las otras”)”. [cfr. Raquel Osborne: “Comprensión de la prostitución desde el feminismo”, p. 28, en: “DEBATES Feministas” (Jornadas de debate, 1990)/ Comisión Anti-agresiones y Coordinadora de Grupos de Mujeres de Barrios y Pueblos del Movimiento Feminista de Madrid.]
Considerando todo lo anterior, creo oportuno entonces manifestar mi postura. Yo no concibo que todas las sexualidades sean igualmente legítimas o válidas desde un punto de vista ético; de modo parecido a Gayle Rubin, considero que un criterio de legitimación puede radicar en “la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa”(v. Rubin, G., op. cit.). Para mí en particular, lo crítico de una relación tal serían cosas como: el nivel de conocimiento y respeto mutuo entre los participantes, la presencia o ausencia de libertad para llevarla a cabo, o también la autenticidad de la misma (el hecho que sea acompañada de un afecto sincero por parte de los participantes en ella, que revertiría en la calidad del placer). Es por ello que según mi criterio, la sexualidad que acompaña al hecho prostitucional es una ‘mala’ sexualidad. Suponiendo como acertada la crítica a la prostitución que se ha expuesto más arriba de modo sucinto, se haría evidente ya que en la relación prostituta-cliente no son posibles todas las sexualidades (la mala y la buena, y ésta última, en principio no sería posible): por muchos matices con que queramos presentar a dicha clase de relación (unos matices que se encuentran en toda interacción humana, en la que se intercambian significados), para mí estaría bastante claro que el contrato de prostitución impone ‘per se’ algo así como unos ‘límites ontológicos’ a la sexualidad que de dicha forma de relación pueda resultar. Estos límites tendrían que ver tanto con el marco cultural e ideológico en el que se da la relación (un marco cultural patriarcal y heterosexista), como con su carácter asimétrico y de relación desigual, resultado éste de la concrección de ese marco cultural e ideológico en una forma de trabajo para la mujer -en la que aparece implicada la sexualidad de ésta- y, al mismo tiempo, en una forma de placer para el varón -cuya consecución depende de ese ‘trabajo’ de la mujer. Por todo ello, si teóricas y activistas pro-derechos como Dolores Juliano o Cristina Garaizábal me argumentan a favor de la necesidad de una aceptación social de las mujeres en prostitución y de su ‘trabajo’, yo lo único que puedo responderles es que, siendo consciente de que para ellas la actividad prostitutiva puede significar una estrategia de sobrevivencia o de empoderamiento (en ocasiones), o de ambas cosas (cfr. por ejemplo: PHETERSON, Gail: “El Prisma de la Prostitución”), entonces puedo intentar empatizar con las mujeres para comprender sus razones y motivos para permanecer en la acividad o para haberse decidido a ejercerla. Ahora bien, si lo que se pide es que uno acepte el ‘trabajo’ en sí mismo, entonces yo por ahí ya no paso, pues para aceptar algo he de valorarlo positivamente antes, y mi valoración del hecho prostitucional es negativa como ya he dejado claro. Concretamente una de mis cuasi-certezas es que, en general, la ‘actividad prostitutiva’ no es algo valioso ni para el cliente ni para el conjunto de la sociedad. A esta afirmación mía, aparentemente tan contundente, estoy seguro de que Dolores Juliano me replicaría con alguna de sus objeciones ya presentadas. Así, Dolores Juliano, en su comparecencia ante la Comisión Mixta del Congreso argumentó con ejemplos como los de la recogida de basuras o los de la minería, considerándolos como ‘malos trabajos’ que son elegidos por las personas por razones de índole práctica (por ejemplo por razones de subsistencia o por una motivación económica: el trabajo en la minería suele estar bastante bien retribuido); sin embargo lo que ella no dice es que tales trabajos son objetivamente valiosos socialmente…, algo que, a mi juicio, no se puede afirmar de la prostitución (tal y como la conocemos en nuestra sociedad). El ‘trabajo’ de prostitución, por contra, podría considerarse como algo nocivo desde un criterio feminista igualitarista, tanto por como se ve comprometida en él la identidad de la mujer (vid. supra) que lo realiza como por la funcionalidad que tiene en la organización social de la sexualidad y las relaciones entre mujeres y hombres en nuestra sociedad. Otra objeción que expone Juliano, si cabe más importante, es la de que: (…) “Una gran cantidad de trabajo no cubre ninguna necesidad humana, la gente que trabaja en la fabricación de armas o produciendo cualquier tipo de artefactos inútiles, de los que sólamente compramos por los mecanismos de mercado, pues no sería trabajo desde este punto de vista porque no cumple ninguna necesidad.” [cfr. hojas 61 y 18 de la transcripción de la sesión en la que compareció Juliano ante la Comisión Mixta del Congreso, en Internet]. Esta segunda objeción de Juliano parecería más difícil de contestar al ser la ‘actividad prostitutiva’ uno de esos trabajos que no cubren ninguna necesidad humana, al igual que la fabricación de armas o la construcción de artefactos inútiles que se lanzan al mercado; sin embargo, a mi se me ocurren dos respuestas, una para cada caso: En lo que se refiere al segundo caso: la fabricación de artefactos inútiles. Yo no considero que pueda haber muchos de tales artefactos en el mercado, pues la mayoría de la gente no es una consumista y sobre todo no es completamente tonta, si paga por algo es porque en ello encuentra alguna utilidad, aunque ésta sea mínima, y, en cualquier caso si esa ausencia total de utilidad se da, lo que si está claro es que en la adquisición de esos artefactos inútiles no se ve implicada o comprometida relación humana alguna, pues por lo que se paga es por objetos, por cosas, algo absolutamente trivial y distinto a lo que ocurre en el hecho prostitucional en la que el cliente adquiere algo ‘propio’y comprometedor para una persona a la que paga, y también comprometedor para él mismo. En la prostitución, el alcance de ese acto-cliente es mucho más trascendental -tiene mucho más alcance- pues impacta significativamente en la esfera de relaciones sociales entre los géneros (funciones sociales a las que sirve la prostitución y su carácter contraproducente para la Igualdad). Por lo tanto, se pueden plantear icluso unos efectos nocivos de la prostitución si aplicamos estos últimos criterios.
En cuanto al primer caso, el de la fabricación de armas, podemos decir que ciertamente, desde un punto de vista pacifista, este trabajo sería valorado como inútil -además de rechazable-, y, que casi desde cualquier punto de vista, se vería como portador de unos efectos claramente muy dañinos para una buena porción de los individuos de la especie humana (provocando muertes, daños materiales sumamente costosos, heridas físicas, heridas psicologicas, pobreza, desintegración familiar y social…), y sin embargo sigue siendo un trabajo, una profesión reconocida… Pues bien, si bien todo esto es totalmente cierto, este argumento, a mi juicio, no resultaría válido para la defensa de la prostitución como trabajo. Afirmo esto en base a que lo que ocurre en la industria armamentística es que hay un montón de intereses en los que incluso están implicadas directamente naciones (sociedades) enteras (alguna tremendamente poderosas) que son las que la mantienen viva (en parte por estar sirviendo a los fines militares), por lo que lo que puedan hacer los ciudadanos/as a título particular poco efecto puede tener para su desaparición. Por contra en el caso de la prostitución organizada, sabemos bien que su principal soporte son los individuos varones de nuestra sociedad a título individual(o a lo sumo a título de ‘pandilla’ o ‘grupo de compañeros de trabajo’)
que son los que pagan a la mujer concreta para mantener una relación sexual o sexo-afectiva con ella no realmente necesaria para ellos en la generalidad de los casos y por tanto evitable (esto me atrevo a afirmarlo en base a lo que conozco para el fenómeno de la prostitución tal y como se da en nuestra sociedad, una sociedad que no soporta un desequilibrio demográfico importante entre hombres y mujeres, democrática, en la que se ha producido una notable liberalización en lo referido a prácticas y costumbres sexuales, etc.)
-Bien ya termino. Sólo me queda hacerles una petición a Cristina Garaizábal y a Dolores Juliano:
Por favor, investigadoras y conciudadanas, abandonemos de una vez por todas el pensamiento débil si lo que queremos es defender nuestros planteamientos sobre la un asunto tan complejo como el de la prostitución.
Muchas Gracias por haber leído esto.
He hecho algunas pequeñas correcciones al anterior comentario, y lo he ‘colgado’ en otro blog; por si alguien desea leerlo, puede encontrarlo en el blog de Elena Valenciano como comentario a “Intervenciones en La Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer”.
He hecho algunas correcciones al texto anterior. Si desean leer la nueva versión corregida consulten el blog de Elena Valenciano.
UN COMENTARIO CRÍTICO A LAS CONSIDERACIONES HECHAS POR CRISTINA GARAIZÁBAL EN TORNO A LA MORAL SEXUAL Y LA PROSTITUCIÓN, EN SU LLAMAMIENTO PARA QUE SE RECONOZCA SOCIALMENTE LA PROSTITUCIÓN COMO UN TRABAJO (versión 3ª, corregida).
Por Ibán
Cristina Garaizábal, de modo reiterado, en su defensa para que se reconozca la actividad que realizan las prostitutas como un trabajo (como ‘trabajo sexual’) se refiere a la condena moral que recae en nuestra sociedad sobre la actividad de prostituirse argumentando que ello se debe a que “la sexualidad sigue sacralizada y magnificada en nuestras sociedades y, a pesar de que quien más o quien menos vende algo para subsistir (por ejemplo: su capacidad de trabajo, sus conocimientos, etc.), vender sexo se considera lo peor de lo peor, la mayor de las indignidades. Pero también está claro que se considera peor que sea una mujer quien lo haga”.[Cristina Garaizábal: “Derechos Laborales Para Las Trabajadoras del Sexo”, en AA.VV.: “Inmigración: Nuestros miedos e inseguridades”. Gak@a : San Sebastián, 2002, p. 84.] Garaizábal con este planteamiento vuelve a insistir -una vez más- en el tema del ‘estigma de puta’ que explicaría la condena moral que recae sobre las mujeres en prostitución, pero también se posiciona éticamente con respecto a la sexualidad, y lo hace, a mi juicio, al modo relativista. Así, en su intervención ante la Comisión Mixta del Congreso volvía a dejar planteado lo siguiente: “Parece claro que ante la prostitución caben diferentes valoraciones morales, habrá a quien le parezca peor o mejor en función de las ideas que se tengan sobre la sexualidad, porque creo que en última instancia este es el problema. (…) Respetando las posiciones de cada cual no creo que las feministas tengamos que ser las garantes de la moral pública estableciendo lo que es políticamente correcto en el campo de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres”. [Cristina Garaizábal en hoja 15 de la transcripción de su intervención en el Congreso]
¿No son estas consideraciones de Garaizábal poco más que ‘pensamiento débil’?
Aún sabiendo que ella las hace en clara confrontación con la ideología respecto al tema (el debate sobre que política adoptar, entre los colectivos y fuerzas sociales que defienden posturas legalistas -ya sean ‘reglamentaristas estatales’ o ‘reglamentaristas autónomos’(*) – y los que defienden el abolicionismo de siempre, sigue estando muy polarizado) ,ciertamente criticable en la mayoría de aproximaciones que se han sido realizadas por aquéllas/os que se alinean con las posiciones abolicionistas más frecuentemente leídas y escuchadas (dice Cristina: “Así equiparar la prostitución con la violencia de género o con la esclavitud sexual, parece que responde a una determinada idea de la sexualidad en la que la heterosexualidad y los hombres aparecen siempre bajo sospecha, como sádicos con patologías específicas en relación a la sexualidad”), creo que su posicionamiento ético en relación a la sexualidad es –como digo- bastante relativista. Un relativismo que puede ser rastreado en su discurso en torno a la prostitución y a las ‘trabajadoras del sexo’, en el que no habría sexualidades mejores ni peores… todas son igual de válidas siempre que las prácticas sexuales sean consensuadas entre los participantes y se hagan en condiciones de respeto y libertad. En lo que se refiere a este tema, Garaizábal parece seguir las tesis de Gayle Rubin.
[(*) Para una precisa distinción de estos dos conceptos, véase por ejemplo: pág. 34 de: “La Prostitución en la Comunidad Autónoma de Andalucía”. Dir. Y coord. por Clara Guilló Girard. Instituto Andaluz de la Mujer : Sevilla, 2005]
Como sabemos esta investigadora y antropóloga feminista en la década de los años 80 del pasado siglo hizo público un análisis donde criticaba la moral sexual dominante en nuestras sociedades occidentales modernas, una moral que ella conceptuaba como ajustada a un patrón jerárquico de valor sexual al que se ajustarían unas sexualidades consideradas buenas y otras consideradas malas a lo largo de una escala de gradaciones (desde lo mejor: el sexo heterosexual, en matrimonio, monógamo, procreador y en casa hasta lo peor: el sexo comercial y el sexo intergeneracional). Pues bien Garaizábal (al igual que G.Pheterson) coincidiría con Gayle Rubin en que: “ La mayoría de los sistemas de enjuiciamiento sexual -ya sean religiosos, psicológicos, feministas o socialistas- intentan determinar a qué lado de la línea (la línea divisoria entre sexo malo y sexo bueno) está cada acto sexual concreto. Sólo se les concede la complejidad moral a los actos sexuales situados en el “lado bueno”. Por ejemplo los encuentros heterosexuales pueden ser sublimes o desagradables, libres o forzados, curativos o destructivos, románticos o mercenarios. Mientras no viole otras reglas, se le concede a la heterosexualidad la plena riqueza de la experiencia humana. Por el contrario todos los actos sexuales del lado malo son contemplados como repulsivos y carentes de cualquier matiz emocional. Cuanto más separado esté el acto de la frontera más regularmente se le muestra como una experiencia mala.” [v. pág. 141 de la obra de Rubin que se cita a continuación] En otro momento de su crítica, Rubin afirma lo siguiente: “Una moralidad democrática debería juzgar los actos sexuales por la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta. El que los actos sean homosexuales o no, en parejas o grupos, desnudos o en ropa interior, libres o comerciales, con o sin vídeo, no debiera ser objeto de preocupación ética.” [cf. pág. 142 de: Gayle Rubin: “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en: “PLACER y peligro: Explorando la sexualidad femenina” (selección de textos) / Carole S. Vance (comp.). Talasa : Madrid, 1989]
Pues bien, a tenor de esto, yo le preguntaría, a G. Rubin cómo es posible legitimar los actos sexuales que se dan en el seno del ‘contrato de prostitución’ si tomamos como criterio de legitimación ese que adopta ella de: “la forma en que se tratan los que participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta”. Y lo mismo sería aplicable para la postura de Garaizábal, cuando ella dice: “Para mí, las relaciones sexuales deben regirse por los mismos valores por los que debe regir el resto de relaciones humanas, el respeto, la libertad, la solidaridad(¿?)” [cfr. hoja 15 de la transcripción de la intervención de Garaizábal ante la Comisión Mixta del Congreso].
Por lo que yo creo saber, tras haber leído y reflexionado bastante sobre el hecho prostitucional en general y sobre la relación prostituta-cliente en particular y tras haber conocido testimonios tanto de mujeres en prostitución como de los usuarios de sus servicios, la sexualidad posible en la prostitución es (necesariamente) una ‘mala’ sexualidad ( por eso no me extraña nada que una parte de la sociedad pueda -sabiamente- haber intuido esto, y por este motivo, entre otros, rechace la prostitución). Al margen del efecto distorsionador del ‘estigma de puta’, ese rechazo hacia la prostitución como forma de relación entre hombres y mujeres, puede deberse: 1) a que la sociedad intuye o cree – acertadamente- que la misma se da en un marco cultural patriarcal: bajo una ideología heterosexista en la que se da una ‘apropiación’ erótica de las mujeres [véase ‘NOTA’ a continuación y también Carmen Vigil (2000): “Prostitución y Heterosexismo” y Carmen Vigil y Mª Luisa Vicente(2006): “Prostitución, liberalismo sexual y patriarcado”., y Marcela Lagarde(1999): “Los Cautiverios de Las Mujeres: Madresposas, monjas, putas, presas y locas” o Bruckner, P. Y Finkielkraut, A.(1977): “•El Nuevo Desorden Amoroso”]; 2) a que la relación que establecen el hombre y la mujer en la prostitución es, como consecuencia de lo anterior, desigual y asimétrica, y que tal desigualdad no se resuelve en absoluto, sino que se refuerza a través del carácter comercial de dicha relación (se asientan los roles de ‘trabajadora/servidora sexual ‘ y de ‘cliente’ y, en general, se desarrolla toda una ‘cultura’ en torno a ellos, trátese del tipo de prostitución de que se trate), 3) a que, en consecuencia también de lo anterior, la sexualidad (o sexo-afectividad) de la mujer resulta escindida en la práctica prostitutiva, afectando este hecho posiblemente a su identidad tanto personal como genérica; 4) a que, a consecuencia de la desigualdad de poder estructural (económico, y de género: de igualdad de oportunidades) y de la desigualdad debida a la ideología heterosexista y al ‘doble standard sexual’ para varones y para mujeres aún vigente, el acto-cliente de entrada en el contrato de prostitución puede ser visto como una conducta abusiva del hombre sobre la mujer; 5) a que se sabe que la sexualidad resultante de la interacción prostituta-cliente es poco o nada placentera en comparación con otras relaciones hombre-mujer en las que prima el conocimiento y el respeto mutuos entre los dos miembros de la pareja; 6) a que las prácticas sexuales y sexo-afectivas hallables en la prostitución responden a los deseos egoistas de los varones que son, al fin y al cabo, los que pagan, lo cual a su vez suele ser un factor generador de tensiones y problemas en el seno de la relación prostitutiva en la que cada una de las partes puede intentar mantener el poder (los ‘trucos’ de prostitutas y clientes es algo que conocemos todos/as por numerosos testimonios, las ficciones representadas por ellas –‘teatralizaciones’- ajustándose a los supuestos deseos de ellos son una constante, como también suceden las reacciones agresivas y violentas de ellos); y 7) a que se puede hipotetizar que la existencia de la prostitución como práctica social institucionalizada, por las funciones sociales que cumpliría (compensatorias, sustitutivas…) a nivel de la organización social de la sexualidad y la afectividad (quizá sobre todo masculinas), tiene un efecto sociológico de cierto alcance (tanto a nivel real como simbólico), que contribuiría a que las relaciones entre hombres y mujeres en el ámbito de ‘lo personal’ no avancen ni en igualdad ni hacia un mejor entendimiento entre los géneros [para esta aproximación sociológica funcionalista, cfr. por ejemplo: Ignasi Pons(1995): “Prostitución: Lugares y Logos”, Kingsley Davis(1937): “Sociology of Prostitution”; Sven-Axel Mansson(2001): “Los Clientes y la Imagen de los Hombres y la Masculinidad en la Sociedad Moderna.; Bruckner y Finkielkraut(1977): “El Nuevo Desorden Amoroso”, Clara Guilló(2003): “El Cliente de la Prostitución Femenina”, en ‘Molotov’ nº40, en Internet y “La Prostitución en la Comunidad Autónoma de Andalucía”. Instituto Andaluz de la Mujer, 2005]
NOTA: Así, por ejemplo, dice Josep-Vicent Marqués: “(…) Lo que hemos llamado un problema imaginario es, en realidad, un problema patriarcal. El patriarcado enfrenta al varón con una Imagen-Modelo de Varón y con una permanente sospecha de que otros varones lo son más que él. Al mismo tiempo propone a la mujer como el terreno donde los varones diluciden sus problemas de competetencia. La tensión resultante es incompatible con el orden social, a menos que las mujeres decentes no tengan oficialmente sexualidad y por ello acepten la del varón que les toca en suerte. Prohibirles el contacto con otros varones eliminaría la indeseada competencia entre ellos y, como esa prohibición sería escandalosa que se hiciese como tal, se hace en nombre de su supuesta indiferencia hacia el placer, disfrazada de interés hacia otras cosas como el cuidado de los niños, la afectividad o el sacrificio. Pero también, PARA EVITAR UNA INCOMPETENCIA INDESEABLE ENTRE LOS VARONES, es preciso que existan ciertas mujeres a las que los varones puedan acceder sin competir, precisamente porque se le supone, alternativa o acumulativamente, un entusiasmo por el sexo indiferenciado o una irrelevancia social mayor que la de las demás mujeres. La prostituta y todas las demás mujeres (pobres, relativamente libres) quizás podrán expresar sus preferencias sexuales, aunque se espera de ellas que no lo hagan, pero esa opinión será irrelevante precisamente porque se ha decretado su irrelevancia, que no es ya la genérica de las mujeres sino adicionalmente, la del estigma social que les acompaña” [cfr. pp. 111-112 de: MARQUÉS, Josep-Vicent: “Sexualidad y Sexismo”. Fundación Universidad-Empresa-UNED : Madrid, 1991]
Entonces, planteada así la cuestión -contemplando otros niveles de análisis: el de la prostitución como institución social patriarcal y el de la relación prostituta-cliente, ¿cómo es posible defender la idea de una sexualidad ‘buena’ o que no haya de ser necesariamente ‘mala’ para el caso de la prostitución, tal y como hace Cristina Garaizábal (Hetaira)? A mi juicio esto sólo es posible desde una acomodación al ‘pensamiento débil’, relativista; por un mecanismo de suspensión del juicio cuando a una se le plantea la valoración de la sexualidad que se da en la relación prostitutiva o más en general la valoración de la relación prostituta-cliente y su significación social.
El ‘mirar hacia adentro’, hacia lo que acontece en el contrato de prostitución, sólo parece interesarle a Garaizábal, al igual que a otras teóricas pro-‘trabajo sexual’ como Pheterson u Osborne, para referirse a la capacidad de las mujeres de retener poder sobre su cliente y salir airosas, tanto de la negociación en el contrato que establecen con él como de la experiencia prostitutiva (ellas tan “sólo venden actos sexuales”, no se comprometen más que eso, gracias a posibilidades como: la capacidad que pueden tener de elegir y rechazar ellas al cliente, los mecanismos psicológicos de que disponen para separarse de lo que sucede en la relación, etc.), de ahí la lógica y justa -por otra parte- reivindicación fundamental del derecho que deberían tener asegurado las ‘trabajadoras del sexo’ de poder ellas rechazar y elegir a los clientes en condiciones de libertad. O sino también, para plantear que la vivencia de algunas mujeres en prostitución puede ser negativa en función de las ideas que ellas puedan tener acerca de la sexualidad y sobre todo (una vez más) por causa de la estigmatización social. En mi opinión este no querer adentrarse a examinar críticamente ni a valorar la clase de sexualidad que se ‘compra’ y se ‘vende’ en la relación prostitutiva, ni tampoco las posibles funciones sociales que estarían cumpliendo en una sociedad como la nuestra las mujeres en prostitución al realizar la actividad, es debido seguramente al hecho de no querer entorpecer -por parte de las activistas no prostitutas- el avance del movimiento por los derechos de las prostitutas en sus reivindicaciones, pues hacer la crítica a la actividad desde dentro contribuiría a romper la cohesión entre activistas prostitutas y no prostitutas e incluso podría significar una mayor estigmatización. Raquel Osborne, hace ya años, reconocía esto cuando exponía en unas jornadas:
“Por parte de las prostitutas, la distinción, tan insistentemente proclamada por ellas, entre ‘prostitución forzada y prostitución voluntaria’ implica, entre otras cuestiones, la defensa de la existencia de su actividad, que no se hallan dispuestas a poner en entredicho. Hay razones de orden práctico para ello: el ‘orgullo de ser’, de existir frente a tantos obstáculos con los que se enfrentan, difícilmente se puede entender si se establece que lo mejor que podría sucederles es su desaparición, profesionalmente hablando. (…) Si lo pensamos dos veces quizá empezaremos a entender -y cualquiera que ha estado sentada hablando con una prostituta de tú a tú lo ha experimentado así- que resulta muy difícil compartir con una prostituta su lucha por la consecución de sus derechos, llegar a una compenetración, no sólo política sino humana y personal, de igual a igual, si se la está censurando por no afirmar la necesidad de su desaparición. Como muy bien señala Tatafiore, desde la óptica de las prostitutas más politizadas, “su propio oficio no debe entrar en discusión . Ellas son empujadas a la denuncia de las injusticias que padecen en nombre de la moral y del orden constituido, de suerte que una crítica de la condición de prostituta desde dentro parece superflua e incluso peligrosa porque podría exponerlas a nuevas censuras morales” (Roberta Tatafiore, “Las prostitutas y las otras”)”. [cfr. Raquel Osborne: “Comprensión de la prostitución desde el feminismo”, p. 28, en: “DEBATES Feministas” (Jornadas de debate, 1990)/ Comisión Anti-agresiones y Coordinadora de Grupos de Mujeres de Barrios y Pueblos del Movimiento Feminista de Madrid.]
Considerando todo lo anterior, creo oportuno entonces manifestar mi postura. Yo no concibo que todas las sexualidades sean igualmente legítimas o válidas desde un punto de vista ético; de modo parecido a Gayle Rubin, considero que un criterio de legitimación puede radicar en “la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa” (v. Rubin, G., op. cit.). Para mí en particular, lo crítico de una relación tal serían cosas como: el nivel de conocimiento y respeto mutuo entre los participantes, la presencia o ausencia de libertad para llevarla a cabo, o también la autenticidad de la misma (el hecho que sea acompañada de un afecto sincero por parte de los participantes en ella, que además revertiría en la calidad del placer). Es por ello que según mi criterio, la sexualidad que acompaña al hecho prostitucional es una ‘mala’ sexualidad. Suponiendo como acertada la crítica a la prostitución que se ha expuesto más arriba de modo sucinto, se haría evidente ya que en la relación prostituta-cliente no son posibles todas las sexualidades (la mala y la buena, ésta última, en principio no sería posible): por muchos matices con que queramos presentar a dicha clase de relación (unos matices que, por otra parte, se encuentran siempre en cualquier interacción social humana, en la cual se intercambian significados), para mí estaría bastante claro que el contrato de prostitución impone ‘per se’ algo así como unos ‘límites ontológicos’ a la sexualidad que de dicha forma de relación pueda resultar. Estos límites tendrían que ver tanto con el marco cultural e ideológico en el que se da la relación (un marco cultural patriarcal y heterosexista), como con su carácter asimétrico y de relación desigual, resultado éste de la concreción de ese marco cultural e ideológico en una forma de trabajo para la mujer -en la que aparece implicada la sexualidad de ésta- que al mismo tiempo constituye una forma de placer para el varón -cuya consecución depende de ese ‘trabajo’ de la mujer. Por todo ello, si teóricas y activistas pro-derechos como Dolores Juliano o Cristina Garaizábal me argumentan a favor de la necesidad de una aceptación social de las mujeres en prostitución y de su ‘trabajo’, yo lo único que puedo responderles es que, siendo consciente de que para ellas la actividad prostitutiva puede significar una estrategia de sobrevivencia o de empoderamiento (en ocasiones), o de ambas cosas (cfr. por ejemplo: PHETERSON, Gail: “El Prisma de la Prostitución”), entonces puedo intentar empatizar con esas mujeres para comprender sus razones y motivos para permanecer en la acividad o para haberse decidido a ejercerla, y en consecuencia apoyar una serie de reivindicaciones que tengan que ver con sus derechos civiles y con la mejora de sus condiciones de ejercicio. Ahora bien, si lo que se pide es que uno acepte el ‘trabajo’ en sí mismo, entonces yo por ahí ya no paso, pues para aceptar algo he de valorarlo positivamente antes, y mi valoración del hecho prostitucional es negativa como ya he dejado claro. Concretamente una de mis cuasi-certezas es que, en general, la ‘actividad prostitutiva’ no es algo valioso ni para el cliente ni para el conjunto de la sociedad. A esta afirmación mía, aparentemente tan contundente, estoy seguro de que Dolores Juliano me replicaría con alguna de sus objeciones ya presentadas. Así, Dolores Juliano, en su comparecencia ante la Comisión Mixta del Congreso argumentó con ejemplos como los de la recogida de basuras o los de la minería, considerándolos como ‘malos trabajos’ que son elegidos por las personas por razones de índole práctica (por ejemplo por razones de subsistencia o por una motivación económica: el trabajo en la minería suele estar bastante bien retribuido); sin embargo lo que ella no dice es que tales trabajos son objetivamente valiosos socialmente…, algo que, a mi juicio, no se puede afirmar de la prostitución (tal y como la conocemos en nuestra sociedad). El ‘trabajo’ de prostitución, por contra, podría considerarse como algo nocivo desde un criterio feminista igualitarista, tanto por como se ve comprometida en él la identidad de la mujer (vid. supra.) que lo realiza como por las funciones a las que serviría en la organización social de la sexualidad y las relaciones entre mujeres y hombres en nuestra sociedad.
Otra objeción que expone Juliano, si cabe más importante, es la de que: “Una gran cantidad de trabajo no cubre ninguna necesidad humana, la gente que trabaja en la fabricación de armas o produciendo cualquier tipo de artefactos inútiles, de los que sólamente compramos por los mecanismos de mercado, pues no sería trabajo desde este punto de vista porque no cumple ninguna necesidad.” [cfr. hojas 61 y 18 de la transcripción de la sesión en la que compareció Juliano ante la Comisión Mixta del Congreso, en Internet].
Esta segunda objeción de Juliano parecería más difícil de contestar al ser la ‘actividad prostitutiva’ uno de esos trabajos que no cubren ninguna necesidad humana, al igual que la fabricación de armas o la construcción de artefactos inútiles que se lanzan al mercado; sin embargo, a mi se me ocurren dos respuestas, una para cada caso:
En lo que se refiere al segundo caso: la fabricación de artefactos inútiles. Yo no considero que pueda haber muchos de tales artefactos en el mercado, pues la mayoría de la gente no es una consumista y sobre todo no es completamente tonta, si paga por algo es porque en ello encuentra alguna utilidad, aunque ésta sea mínima, y, en cualquier caso si esa ausencia total de utilidad se da, lo que si está claro es que en la adquisición de esos artefactos inútiles no se ve implicada o comprometida relación interpersonal alguna, pues por lo que se paga es por objetos, por cosas, algo absolutamente trivial, y distinto a lo que ocurre en la relación prostitutiva en la que el cliente adquiere algo ‘propio’ y comprometedor para una persona a la que paga, y también comprometedor para él mismo. En la prostitución, el alcance de ese acto-cliente es mucho más trascendental -tiene mucho más alcance- pues impacta significativamente en la esfera de relaciones sociales entre los géneros (funciones sociales a las que sirve la prostitución y su carácter contraproducente para la Igualdad). Por lo tanto, se pueden plantear incluso unos efectos nocivos de la prostitución si aplicamos estos últimos criterios.
En cuanto al primer caso, el de la fabricación de armas, podemos decir que ciertamente, desde un punto de vista pacifista, este trabajo sería valorado como inútil -además de rechazable-, y, que casi desde cualquier punto de vista, se vería como portador de unos efectos claramente muy dañinos para una buena porción de los individuos de la especie humana (provocando muertes, daños materiales sumamente costosos, heridas físicas, heridas psicológicas, pobreza, desintegración familiar y social…), y sin embargo sigue siendo un trabajo, una profesión reconocida… Pues bien, si bien todo esto es totalmente cierto, este argumento, a mi juicio, no resultaría válido para la defensa de la prostitución como trabajo. Afirmo esto en base a que lo que ocurre en la industria armamentística es que hay un montón de intereses en los que incluso están implicadas directamente naciones (sociedades) enteras (alguna tremendamente poderosas) que son las que la mantienen viva (en parte por estar sirviendo a los fines militares), por lo que lo que puedan hacer los ciudadanos/as a título individual poco efecto puede tener para su desaparición. Por el contrario, en el caso de nuestra prostitución organizada o libre (da igual), sabemos bien que su principal soporte son los individuos varones a título individual (o a lo sumo a título de ‘pandilla’ o ‘grupo de compañeros de trabajo’) que son los que pagan a la mujer concreta para mantener una relación sexual o sexo-afectiva con ella, no realmente necesaria para ellos en la generalidad de los casos y por tanto evitable (esto me atrevo a afirmarlo en base a lo que conozco sobre el fenómeno de la prostitución tal y como se da en nuestra sociedad… una sociedad que no soporta un desequilibrio demográfico importante entre hombres y mujeres, democrática, en la que se ha producido una notable liberalización en lo referido a prácticas y costumbres sexuales, etc.)
-Bien ya termino, con unas palabra de Clara Guilló a modo de conclusión; dice esta investigadora: “Independientemente de enmarcar la prostitución dentro de una de las posturas feministas que explicamos en la Primera Parte de la investigación, se hace imprescindible subrayar que hablamos de mujeres en situación de vulnerabilidad, que se enfrentan a todo el contexto estructural que hemos descrito. Creemos que hay una falta de sensibilización de la población en general hacia las mujeres en situación de precariedad. Es en este sentido, en el que se enfatiza el rol de las mujeres autónomas en la legitimación y normalización de la prostitución y la industria del sexo.
La educación sexual y afectiva, la sensibilización, la co-educación, y las políticas de igualdad (también en inmigración) son medidas que deben de sumarse a la intervención preventiva e integral de cara a plantearnos la solución de la “cuestión de la prostitución”. En cualquier caso, parece que la sociedad demanda en su conjunto un debate en profundidad sobre la prostitución. Debate que debería hacerse dentro de un proceso más amplio de sensibilización y conocimiento sobre la realidad de las mujeres prostituidas, la discriminación y los derechos de las mujeres en general. Ignorar la cuestión de la prostitución no va a facilitar una resolución consensuada. Los procesos de reglamentación bruscos dan lugar paradójicamente, a fenómenos de mayor invisibilización y marginación de las mujeres, y no van a resolver ni la estigmatización ni la calidad de vida de éstas.” [extraido de: pág. 227 de Clara Guilló, op. cit.]
Sólo me queda hacerles una petición a Cristina Garaizábal y a Dolores Juliano:
Por favor, investigadoras y conciudadanas, abandonemos de una vez por todas el ‘pensamiento débil’ si lo que pretendemos es defender nuestros planteamientos sobre un asunto tan complejo como el de la prostitución.
Muchas Gracias por haber leído esto
UN COMENTARIO CRÍTICO A LAS CONSIDERACIONES HECHAS POR CRISTINA GARAIZÁBAL EN TORNO A LA MORAL SEXUAL Y LA PROSTITUCIÓN, EN SU LLAMAMIENTO PARA QUE SE RECONOZCA SOCIALMENTE LA PROSTITUCIÓN COMO UN TRABAJO (versión 4ª, corregida y ampliada).
Cristina Garaizábal, de modo reiterado, en su defensa para que se reconozca la actividad que realizan las prostitutas como un trabajo (como ‘trabajo sexual’) se refiere a la condena moral que recae en nuestra sociedad sobre la actividad de prostituirse argumentando que ello se debe a que “la sexualidad sigue sacralizada y magnificada en nuestras sociedades y, a pesar de que quien más o quien menos vende algo para subsistir (por ejemplo: su capacidad de trabajo, sus conocimientos, etc.), vender sexo se considera lo peor de lo peor, la mayor de las indignidades. Pero también está claro que se considera peor que sea una mujer quien lo haga”.[Cristina Garaizábal: “Derechos Laborales Para Las Trabajadoras del Sexo”, en AA.VV.: “Inmigración: Nuestros miedos e inseguridades”. Gak@a : San Sebastián, 2002, p. 84.]
Garaizábal con este planteamiento vuelve a insistir -una vez más- en el tema del ‘estigma de puta’ que explicaría la condena moral que recae sobre las mujeres en prostitución, pero también se posiciona éticamente con respecto a la sexualidad, y lo hace, a mi juicio, al modo relativista. Así, en su comparecencia ante la Comisión Mixta del Congreso volvía a dejar planteado lo siguiente: “Parece claro que ante la prostitución caben diferentes valoraciones morales, habrá a quien le parezca peor o mejor en función de las ideas que se tengan sobre la sexualidad, porque creo que en última instancia este es el problema. (…) Respetando las posiciones de cada cual no creo que las feministas tengamos que ser las garantes de la moral pública estableciendo lo que es políticamente correcto en el campo de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres”. [Cristina Garaizábal en hoja 15 de la transcripción de su intervención en el Congreso]
¿No son estas consideraciones de Garaizábal poco más que ‘pensamiento débil’?
Aún sabiendo que ella las hace en clara confrontación con la ideología respecto al tema (el debate sobre que política adoptar sigue estando muy polarizado, entre los colectivos y fuerzas sociales que defienden posturas legalistas -ya sean ‘reglamentaristas estatales’ o ‘reglamentaristas autónomos’(*) – y los que defienden el abolicionismo de siempre), ciertamente criticable en la mayoría de aproximaciones que se han sido realizadas por aquéllas/os que se alinean con las posiciones abolicionistas más frecuentemente leídas y escuchadas (dice Cristina: “Así equiparar la prostitución con la violencia de género o con la esclavitud sexual, parece que responde a una determinada idea de la sexualidad en la que la heterosexualidad y los hombres aparecen siempre bajo sospecha, como sádicos con patologías específicas en relación a la sexualidad”), creo que su posicionamiento ético respecto a la sexualidad es –como digo- bastante relativista. Un relativismo que puede ser rastreado en su discurso en torno a la prostitución y a las ‘trabajadoras del sexo’, en el que no habría sexualidades mejores ni peores… todas son igual de válidas siempre que las prácticas sexuales sean consensuadas entre los participantes y se hagan en condiciones de respeto y libertad. En lo que se refiere a este tema, Garaizábal parece seguir las tesis de Gayle Rubin.
[(*) Para una precisa distinción de estos dos conceptos, véase por ejemplo: pág. 34 de: “La Prostitución en la Comunidad Autónoma de Andalucía”. Dir. Y coord. por Clara Guilló Girard. Instituto Andaluz de la Mujer : Sevilla, 2005]
Como sabemos esta investigadora y antropóloga feminista en la década de los años 80 del pasado siglo hizo público un análisis donde criticaba la moral sexual dominante en nuestras sociedades occidentales modernas, una moral que ella conceptuaba como ajustada a un patrón jerárquico de valor sexual al que corresponderían unas sexualidades consideradas buenas y otras consideradas malas a lo largo de una escala de gradaciones (desde lo mejor: el sexo heterosexual, en matrimonio, monógamo, procreador y en casa hasta lo peor: el sexo comercial y el sexo intergeneracional). Pues bien Garaizábal (al igual que G.Pheterson) coincidiría con Gayle Rubin en que: “ La mayoría de los sistemas de enjuiciamiento sexual -ya sean religiosos, psicológicos, feministas o socialistas- intentan determinar a qué lado de la línea (la línea divisoria entre sexo malo y sexo bueno) está cada acto sexual concreto. Sólo se les concede la complejidad moral a los actos sexuales situados en el “lado bueno”. Por ejemplo los encuentros heterosexuales pueden ser sublimes o desagradables, libres o forzados, curativos o destructivos, románticos o mercenarios. Mientras no viole otras reglas, se le concede a la heterosexualidad la plena riqueza de la experiencia humana. Por el contrario todos los actos sexuales del lado malo son contemplados como repulsivos y carentes de cualquier matiz emocional. Cuanto más separado esté el acto de la frontera más regularmente se le muestra como una experiencia mala.” [v. pág. 141 de la obra de Rubin que se cita a continuación] En otro momento de su crítica, Rubin afirma lo siguiente: “Una moralidad democrática debería juzgar los actos sexuales por la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta. El que los actos sean homosexuales o no, en parejas o grupos, desnudos o en ropa interior, libres o comerciales, con o sin vídeo, no debiera ser objeto de preocupación ética.” [cf. pág. 142 de: Gayle Rubin: “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en: “PLACER y peligro: Explorando la sexualidad femenina” (selección de textos) / Carole S. Vance (comp.). Talasa : Madrid, 1989]
Pues bien, a tenor de esto, yo le preguntaría, a G. Rubin cómo es posible legitimar los actos sexuales que se dan en el seno del ‘contrato de prostitución’ si tomamos como criterio de legitimación ese que adopta ella de: “la forma en que se tratan los que participan en la relación amorosa, por el nivel de consideración mutua, por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad de placeres que aporta”. Y lo mismo sería aplicable para la postura de Garaizábal, cuando ella dice: “Para mí, las relaciones sexuales deben regirse por los mismos valores por los que debe regir el resto de relaciones humanas, el respeto, la libertad, la solidaridad” [cfr. hoja 15 de la transcripción de la intervención de Garaizábal ante la Comisión Mixta del Congreso].
Por lo que yo creo saber, tras haber leído y reflexionado algo sobre el hecho prostitucional en general y sobre la relación prostituta-cliente en particular y tras haber conocido testimonios tanto de mujeres en prostitución como de los usuarios de sus servicios, la sexualidad posible en la prostitución es (necesariamente) una ‘mala’ sexualidad ( por eso no me extraña nada que una parte de la sociedad pueda -sabiamente- haber intuido esto, y por este motivo, entre otros, rechace la prostitución). Al margen del efecto distorsionador del ‘estigma de puta’, ese rechazo hacia la prostitución como forma de relación entre hombres y mujeres, puede deberse: 1) a que la sociedad intuye o cree – acertadamente- que la misma se da en un marco cultural patriarcal: bajo una ideología heterosexista en la que se da una ‘apropiación’ erótica de las mujeres [véase ‘NOTA’ a continuación y también Carmen Vigil (2000): “Prostitución y Heterosexismo” y Carmen Vigil y Mª Luisa Vicente(2006): “Prostitución, liberalismo sexual y patriarcado”, y Marcela Lagarde(1999): “Los Cautiverios de Las Mujeres: Madresposas, monjas, putas, presas y locas” , Bruckner, P. Y Finkielkraut, A.(1977): “El Nuevo Desorden Amoroso”, o Varela, Julia(1995): “La prostitución : El Oficio más Moderno”, en ‘Archipiélago’ nº 21, pp. 52-70. ]; 2) a que la relación que establecen el hombre y la mujer en la prostitución es, como consecuencia de lo anterior, desigual y asimétrica, una relación en que los objetivos que persiguen cada uno de los dos participantes lo son primordialmente en base a sus propios intereses (fines instrumentales), y que tal desigualdad no se resuelve en absoluto, sino que se refuerza a través del carácter comercial de dicha relación (se asientan los roles de ‘trabajadora/servidora sexual ‘ y de ‘cliente’ y, en general, se desarrolla toda una ‘cultura’ en torno a ellos, trátese del tipo de prostitución de que se trate), 3) a que, en consecuencia también de lo anterior, la sexualidad (o sexo-afectividad) de la mujer resulta escindida en la práctica prostitutiva, afectando este hecho posiblemente a su identidad tanto personal como genérica; 4) a que, a consecuencia de la desigualdad de poder estructural (económico, y de género: de igualdad de oportunidades) y de la desigualdad debida a la ideología heterosexista y al ‘doble standard sexual’ para varones y para mujeres aún vigente, el acto-cliente de entrada en el contrato de prostitución puede ser visto como una conducta abusiva del hombre sobre la mujer; 5) a que se sabe que la sexualidad resultante de la interacción prostituta-cliente es poco o nada placentera en comparación con otras relaciones hombre-mujer en las que prima el conocimiento y el respeto mutuos entre los dos miembros de la pareja; 6) a que las prácticas sexuales y sexo-afectivas hallables en la prostitución responden a los deseos egoistas de los varones que son, al fin y al cabo, los que pagan, lo cual a su vez suele ser un factor generador de tensiones y problemas en el seno de la relación prostitutiva en la que cada una de las partes puede intentar mantener el poder (los ‘trucos’ de prostitutas y clientes es algo que conocemos todos/as por numerosos testimonios, las ficciones representadas por ellas –‘teatralizaciones’- ajustándose a los supuestos deseos de ellos son una constante, como también suceden las reacciones agresivas y violentas de ellos) [sobre el tema del poder en el seno de la relación prostitutiva, puede consultarse por ejemplo: Jaget, Claude(1977): “Una Vida de Puta”. Madrid : Júcar, Bruckner , P. Y Finkielkraut, A.: op. cit., De Paula Medeiros, Regina(2000): “Hablan las putas: Sobre prácticas sexuales, preservativos y SIDA en el mundo de la prostitución”. Virus : Barcelona, Corso, Carla y Landi, Sandra: “Retrato de Intensos Colores”. Talasa : Madrid, 2000 y Carla Corso(2001): “Desde dentro: Los Clientes vistos por una prostituta”, en: Trabajador@s del Sexo: Derechos Migraciones y Tráfico en el Siglo XXI. Bellaterra : Barcelona, 2004, pp. 121-131; y 7) a que se puede hipotetizar que la existencia de la prostitución como práctica social institucionalizada, por las funciones sociales que cumpliría (compensatorias, sustitutivas…) a nivel de la organización social de la sexualidad y la afectividad (quizá sobre todo masculinas), tiene un efecto sociológico de cierto alcance (tanto a nivel real como simbólico), que contribuiría a que las relaciones entre hombres y mujeres en el ámbito de ‘lo personal’ no avancen ni en igualdad ni hacia un mejor entendimiento entre los géneros [para esta aproximación sociológica funcionalista, cfr. por ejemplo: Ignasi Pons(1995): “Prostitución: Lugares y Logos”, Kingsley Davis(1937): “The Sociology of Prostitution”; Sven-Axel Mansson(2001): “Los Clientes y la Imagen de los Hombres y la Masculinidad en la Sociedad Moderna.; Bruckner y Finkielkraut(1977): op. cit., Clara Guilló(2003): “El Cliente de la Prostitución Femenina”, en ‘Molotov’ nº40, en Internet y “La Prostitución en la Comunidad Autónoma de Andalucía”. Instituto Andaluz de la Mujer, 2005]
NOTA: Así, por ejemplo, dice Josep-Vicent Marqués: “(…) Lo que hemos llamado un problema imaginario es, en realidad, un problema patriarcal. El patriarcado enfrenta al varón con una Imagen-Modelo de Varón y con una permanente sospecha de que otros varones lo son más que él. Al mismo tiempo propone a la mujer como el terreno donde los varones diluciden sus problemas de competetencia. La tensión resultante es incompatible con el orden social, a menos que las mujeres decentes no tengan oficialmente sexualidad y por ello acepten la del varón que les toca en suerte. Prohibirles el contacto con otros varones eliminaría la indeseada competencia entre ellos y, como esa prohibición sería escandalosa que se hiciese como tal, se hace en nombre de su supuesta indiferencia hacia el placer, disfrazada de interés hacia otras cosas como el cuidado de los niños, la afectividad o el sacrificio. Pero también, PARA EVITAR UNA INCOMPETENCIA INDESEABLE ENTRE LOS VARONES, es preciso que existan ciertas mujeres a las que los varones puedan acceder sin competir, precisamente porque se le supone, alternativa o acumulativamente, un entusiasmo por el sexo indiferenciado o una irrelevancia social mayor que la de las demás mujeres. La prostituta y todas las demás mujeres (pobres, relativamente libres) quizás podrán expresar sus preferencias sexuales, aunque se espera de ellas que no lo hagan, pero esa opinión será irrelevante precisamente porque se ha decretado su irrelevancia, que no es ya la genérica de las mujeres sino adicionalmente, la del estigma social que les acompaña” [cfr. pp. 111-112 de: MARQUÉS, Josep-Vicent: “Sexualidad y Sexismo”. Fundación Universidad-Empresa-UNED : Madrid, 1991]
Entonces, planteada así la cuestión -contemplando otros niveles de análisis: el de la prostitución como institución social patriarcal y el de la relación prostituta-cliente, ¿cómo es posible defender la idea de una sexualidad ‘buena’ o que no haya de ser necesariamente ‘mala’ para el caso de la prostitución, tal y como hace Cristina Garaizábal (Hetaira)? A mi juicio esto sólo es posible desde una acomodación al ‘pensamiento débil’, relativista; por un mecanismo de suspensión del juicio cuando a una se le plantea la valoración de la sexualidad que se da en la relación prostitutiva o más en general la valoración de la relación prostituta-cliente y su significación social.
El ‘mirar hacia adentro’, hacia lo que acontece en el contrato de prostitución, sólo parece interesarle a Garaizábal, al igual que a otras teóricas pro-’trabajo sexual’ como Pheterson u Osborne, para referirse a la capacidad de las mujeres de retener poder sobre su cliente y salir airosas, tanto de la negociación en el contrato que establecen con él como de la experiencia prostitutiva (ellas tan “sólo venden actos sexuales”, no se comprometen más que eso, gracias a posibilidades como: la capacidad que pueden tener de elegir y rechazar ellas al cliente, los mecanismos psicológicos de que disponen para separarse de lo que sucede en la relación, etc.), de ahí la lógica y justa -por otra parte- reivindicación fundamental del derecho que deberían tener asegurado las ‘trabajadoras del sexo’ de poder ellas rechazar y elegir a los clientes en condiciones de libertad. O sino también, para plantear que la vivencia de algunas mujeres en prostitución puede ser negativa en función de las ideas que ellas puedan tener acerca de la sexualidad y sobre todo (una vez más) por causa de la estigmatización social. En mi opinión este no querer adentrarse a examinar críticamente ni a valorar la clase de sexualidad que se ‘compra’ y se ‘vende’ en la relación prostitutiva, ni tampoco las posibles funciones sociales que estarían cumpliendo la prostitución en una sociedad como la nuestra, es debido seguramente al hecho de no querer entorpecer -por parte de las activistas no prostitutas- el avance del movimiento por los derechos de las prostitutas en sus reivindicaciones, pues hacer la crítica a la actividad desde dentro contribuiría a romper la cohesión entre activistas prostitutas y no prostitutas e incluso podría significar una mayor estigmatización. Raquel Osborne, hace ya años, reconocía esto cuando exponía en unas jornadas:
“Por parte de las prostitutas, la distinción, tan insistentemente proclamada por ellas, entre ‘prostitución forzada y prostitución voluntaria’ implica, entre otras cuestiones, la defensa de la existencia de su actividad, que no se hallan dispuestas a poner en entredicho. Hay razones de orden práctico para ello: el ‘orgullo de ser’, de existir frente a tantos obstáculos con los que se enfrentan, difícilmente se puede entender si se establece que lo mejor que podría sucederles es su desaparición, profesionalmente hablando. (…) Si lo pensamos dos veces quizá empezaremos a entender -y cualquiera que ha estado sentada hablando con una prostituta de tú a tú lo ha experimentado así- que resulta muy difícil compartir con una prostituta su lucha por la consecución de sus derechos, llegar a una compenetración, no sólo política sino humana y personal, de igual a igual, si se la está censurando por no afirmar la necesidad de su desaparición. Como muy bien señala Tatafiore, desde la óptica de las prostitutas más politizadas, “su propio oficio no debe entrar en discusión. Ellas son empujadas a la denuncia de las injusticias que padecen en nombre de la moral y del orden constituido, de suerte que una crítica de la condición de prostituta desde dentro parece superflua e incluso peligrosa porque podría exponerlas a nuevas censuras morales” (Roberta Tatafiore, “Las prostitutas y las otras”)”. [cfr. Raquel Osborne: “Comprensión de la prostitución desde el feminismo”, p. 28, en: “DEBATES Feministas” (Jornadas de debate, 1990)/ Comisión Anti-agresiones y Coordinadora de Grupos de Mujeres de Barrios y Pueblos del Movimiento Feminista de Madrid.]
Considerando todo lo anterior, creo oportuno entonces manifestar mi postura. Yo no concibo que todas las sexualidades sean igualmente legítimas o válidas desde un punto de vista ético; de modo parecido a Gayle Rubin, considero que un criterio de legitimación puede radicar en “la forma en que se tratan quienes participan en la relación amorosa” (v. Rubin, G., op. cit.). Para mí en particular, lo crítico de una relación tal serían cosas como: el nivel de conocimiento y respeto mutuo entre los participantes, la presencia o ausencia de libertad para llevarla a cabo, o también la autenticidad de la misma (el hecho que sea acompañada de un afecto sincero por parte de los participantes en ella, que además revertiría en la calidad del placer). Es por ello que según mi criterio, la sexualidad que acompaña al hecho prostitucional es una ‘mala’ sexualidad. Suponiendo como acertada la crítica a la prostitución que se ha expuesto más arriba de modo sucinto, se haría evidente ya que en la relación prostituta-cliente no son posibles todas las sexualidades (la mala y la buena, ésta última, en principio no sería posible): por muchos matices con que queramos presentar a dicha clase de relación (unos matices que, por otra parte, se encuentran siempre en cualquier interacción social humana, en la cual se intercambian significados), para mí estaría bastante claro que el contrato de prostitución impone ‘per se’ algo así como unos ‘límites ontológicos’ a la sexualidad que de dicha forma de relación pueda resultar. Estos límites tendrían que ver tanto con el marco cultural e ideológico en el que se da la relación (un marco cultural patriarcal y heterosexista), como con su carácter asimétrico y de relación desigual, resultado éste de la concreción de ese marco cultural e ideológico en una forma de trabajo para la mujer -en la que aparece implicada la sexualidad de ésta- que es, por el contrario, una forma de placer para el varón -cuya consecución depende de ese ‘trabajo’ de la mujer. Por todo ello, si teóricas y activistas pro-derechos como Dolores Juliano o Cristina Garaizábal me argumentan a favor de la necesidad de una aceptación social de las mujeres en prostitución y de su ‘trabajo’, yo lo único que puedo responderles es que, siendo consciente de que para ellas la actividad prostitutiva puede significar una estrategia de sobrevivencia o de empoderamiento (en ocasiones), o de ambas cosas (cfr. por ejemplo: PHETERSON, Gail: “El Prisma de la Prostitución”), entonces puedo intentar empatizar con esas mujeres para comprender sus razones y motivos para permanecer en la acividad o para haberse decidido a ejercerla, y en consecuencia apoyar una serie de reivindicaciones que tengan que ver con sus derechos civiles y con la mejora de sus condiciones de ejercicio. Ahora bien, si lo que se pide es que uno acepte el ‘trabajo’ en sí mismo, entonces yo por ahí no paso, pues para aceptar algo he de valorarlo positivamente antes, y mi valoración del hecho prostitucional es negativa como ya he dejado claro. Concretamente una de mis sospechas (cuasi-certezas) es que, en general, la ‘actividad prostitutiva’ no es algo valioso ni para el cliente ni para el conjunto de la sociedad. A esta afirmación mía, aparentemente tan contundente, estoy seguro de que Dolores Juliano me replicaría con alguna de sus objeciones ya presentadas. Así, Dolores Juliano, en su comparecencia ante la Comisión Mixta del Congreso argumentó con ejemplos como los de la recogida de basuras o los de la minería, considerándola estas actividades como ‘malos trabajos’ que son elegidos por las personas por razones de índole práctica (por ejemplo por razones de subsistencia o por una motivación económica: el trabajo en la minería suele estar bastante bien remunerado); sin embargo lo que ella no dice es que tales trabajos son objetivamente valiosos socialmente…, algo que, a mi juicio, no se puede afirmar de la prostitución (tal y como la conocemos en nuestra sociedad). El ‘trabajo’ de prostitución, por contra, podría considerarse como algo nocivo desde un criterio feminista igualitarista, tanto por como se ve comprometida en él la identidad de la mujer que lo realiza (vid. supra.) como por las funciones a las que serviría en la organización social de la sexualidad y las relaciones entre mujeres y hombres en nuestra sociedad.
Otra objeción que expone Juliano, si cabe más importante, es la de que: “Una gran cantidad de trabajo no cubre ninguna necesidad humana, la gente que trabaja en la fabricación de armas o produciendo cualquier tipo de artefactos inútiles, de los que sólamente compramos por los mecanismos de mercado, pues no sería trabajo desde este punto de vista porque no cumple ninguna necesidad.” [cfr. hojas 61 y 18 de la transcripción de la sesión en la que compareció Juliano ante la Comisión Mixta del Congreso, en Internet].
Esta segunda objeción de Juliano parecería más difícil de contestar al ser la ‘actividad prostitutiva’ uno de esos trabajos que no cubren ninguna necesidad humana, al igual que la fabricación de armas o la construcción de artefactos inútiles que se lanzan al mercado; sin embargo, a mi se me ocurren dos respuestas, una para cada caso:
En lo que se refiere al segundo caso: la fabricación de artefactos inútiles. Yo no considero que pueda haber muchos de tales artefactos en el mercado, pues la mayoría de la gente no es una consumista y sobre todo no es completamente tonta, si paga por algo es porque en ello encuentra alguna utilidad, aunque ésta sea mínima, y, en cualquier caso si esa ausencia total de utilidad se da, lo que si está claro es que en la adquisición de esos artefactos inútiles no se ve implicada o comprometida relación interpersonal alguna, pues por lo que se paga es por objetos, por cosas, algo absolutamente trivial, y distinto a lo que ocurre en la relación prostitutiva en la que el cliente adquiere algo ‘propio’ y comprometedor para una persona a la que paga, y también comprometedor para él mismo. En la prostitución, la repercusión de ese acto-cliente es mucho más trascendental -tiene mucho más alcance-, pues impacta significativamente en la esfera de relaciones sociales entre los géneros (funciones sociales a las que sirve la prostitución y su carácter contraproducente para la Igualdad). Por lo tanto, se pueden plantear incluso unos efectos nocivos de la prostitución si aplicamos estos últimos criterios.
En cuanto al primer caso, el de la fabricación de armas, podemos decir que ciertamente, desde un punto de vista pacifista, este trabajo sería valorado como inútil -además de rechazable-, y, que casi desde cualquier punto de vista, se vería como portador de unos efectos claramente muy dañinos para una buena porción de los individuos de la especie humana (provocando muertes, daños materiales sumamente costosos, heridas físicas, heridas psicológicas, pobreza, desintegración familiar y social…), y sin embargo sigue siendo un trabajo, una profesión reconocida… Pues bien, si bien todo esto es totalmente cierto, este argumento, a mi juicio, no resultaría válido para la defensa de la prostitución como trabajo. Afirmo esto en base a que lo que ocurre en la industria armamentística es que hay un montón de intereses en los que incluso están implicadas directamente naciones (sociedades) enteras (algunas tremendamente poderosas) que son las que la mantienen viva (en parte por estar sirviendo a los fines militares y de defensa), por lo que lo que puedan hacer los ciudadanos/as a título individual poco efecto puede tener para su desaparición. Por el contrario, en el caso de nuestra prostitución organizada o libre (da igual), sabemos bien que su principal soporte son los individuos varones a título individual (o a lo sumo a título de ‘pandilla’ o ‘grupo de compañeros de trabajo’) que son los que pagan a la mujer concreta para mantener una relación sexual o sexo-afectiva con ella, a mi juicio no realmente necesaria para ellos en la generalidad de los casos y por tanto evitable (esto me atrevo a afirmarlo en base a lo que conozco sobre el fenómeno de la prostitución tal y como se da en nuestra sociedad… una sociedad que no soporta un desequilibrio demográfico importante entre hombres y mujeres, más o menos democrática, en la que se ha producido una notable liberalización en lo referido a prácticas y costumbres sexuales, etc.)
-Bien ya termino, con unas palabras de Clara Guilló a modo de conclusión; dice esta investigadora: “Independientemente de enmarcar la prostitución dentro de una de las posturas feministas que explicamos en la Primera Parte de la investigación, se hace imprescindible subrayar que hablamos de mujeres en situación de vulnerabilidad, que se enfrentan a todo el contexto estructural que hemos descrito. Creemos que hay una falta de sensibilización de la población en general hacia las mujeres en situación de precariedad. Es en este sentido, en el que se enfatiza el rol de las mujeres autónomas en la legitimación y normalización de la prostitución y la industria del sexo.
La educación sexual y afectiva, la sensibilización, la co-educación, y las políticas de igualdad (también en inmigración) son medidas que deben de sumarse a la intervención preventiva e integral de cara a plantearnos la solución de la “cuestión de la prostitución”. En cualquier caso, parece que la sociedad demanda en su conjunto un debate en profundidad sobre la prostitución. Debate que debería hacerse dentro de un proceso más amplio de sensibilización y conocimiento sobre la realidad de las mujeres prostituidas, la discriminación y los derechos de las mujeres en general. Ignorar la cuestión de la prostitución no va a facilitar una resolución consensuada. Los procesos de reglamentación bruscos dan lugar paradójicamente, a fenómenos de mayor invisibilización y marginación de las mujeres, y no van a resolver ni la estigmatización ni la calidad de vida de éstas.” [extraido de: pág. 227 de Clara Guilló, op. cit., pág. 227]
Sólo me queda hacerles una petición a Cristina Garaizábal y a Dolores Juliano:
Por favor, investigadoras y conciudadanas, abandonemos de una vez por todas el ‘pensamiento débil’ si lo que pretendemos es defender nuestros planteamientos sobre un asunto tan complejo como la prostitución.
Muchas Gracias por haber leído esto.
Defensa del comentario crítico ante las objeciones* de dos lectores del mismo. (Versión corregida).
* (Objeciones publicadas originalmente en el blog ‘voydeputas’, en internet).
Dice el responsable del blog:
Como algunos habréis podido comprobar un lector del blog ha pegado una ¿breve? crítica en torno a la moral y ética de la prostitución. Me parece bien cualquier tipo de “crítica” ya sea a favor o en contra de la prostitución, pues ninguno de nosotros hemos de creer poseer la “verdad” absoluta o la “razón” en torno a cualquier tema. No me parece tan bien el medio de hacerlo. Cualquiera de ustedes puede ejercer su derecho a replicar cualquier post mio, pero si lo hacen de manera tan ¿breve? me gustaría que me la enviasen a mi mail privado y yo correspondientemente la subiría al blog. Aún así le doy un margen de confianza a nuestro lector “ibán” y espero leer detalladamente su escrito y replicar aquello en lo que no esté de acuerdo.
Comentarios al escrito por parte de los lectores y defensa del mismo por parte de su autor
13 Comments:
At 3:51 AM, Ibán, el autor del escrito, said…
Le pido disculpas por mi manera de proceder, pero es que, aunque busqué en su blog una dirección de e-mail a la que escribirle no logré encontrarla entonces.
Gracias por colgar el texto. (Me alegrará conocer las objeciones que pueda hacer a los contenidos del escrito.).
At 5:09 AM, motorolo said…
no lo leeria ni por dinero, vaya tochazo
At 6:02 AM, Triky said…
Es decir que lo peor de la prostitución es la base contractual que se genera. Joder!! Estamos ante un auténtico comunista, lo que es malo es el trabajo desde el punto capitalista, en eso estamos de acuerdo, yo también me prostituyo todos los días.
Luego está toda la parafernalia psico-social donde ha demostrado perfectamente que el problema no está en el acto de la prostitución mismo, esta no es inmoral. Son las actitudes inmorales que induce la sociedad sobre los hombres.
Esto más bien parece una crítica a la sociedad desde el punto de vista de la prostitución, pero no veo por dónde se justifica que el hecho en si mismo sea inmoral. Otra cosa es que se quiera matar la rabia, matando al perro.
No obstante muy interesante, pero mal enfocado. Saludos.
At 7:08 AM, Ibán said…
Respuesta a Triky de un modo muy sucinto:
Triky, creo que tiene usted parte de razón en lo que dice de que, en cierto modo lo que subyace a lo que planteo en el texto es una crítica a la sociedad patriarcal de la que formamos parte (en cosas como: la objetualización sexual de las mujeres en muy diversos ámbitos, la forma de entender las relaciones entre hombres y mujeres y los modelos de organización de la sexualidad predominantes…). No obstante, no estoy de acuerdo con el resto de sus objeciones, y no creo que el escrito esté mal enfocado como usted dice. Quizá por la falta de argumentación en algunos puntos clave del texto (mi escrito es más bien una suerte de ‘declaración de principios’ apoyada en las lecturas que aparecen en las notas bibliográficas), no queda suficientemente claro lo que quiero decir. Cuando critico el contrato de prostitución, estoy criticando fundamentalmente dos cosas: por un lado, el hecho de que en la relación prostitutiva -en la generalidad de los casos- se consolidarían unos roles y unas identidades para el varón y para la mujer, encuadrables en el ámbito de ‘lo personal’, fundados sobre varias desigualdades: 1ª)el ‘doble estandard sexual” (o doble rasero moral) con el que la sociedad considera y normativiza, de modo distinto, la sexualidad y sexo-afectividad de hombres y de mujeres bajo la norma patriarcal heterosexista, pues, la prostitución, al igual que sucede en otros ámbitos de nuestra cultura (la publicidad sexista,la moda femenina, casi toda la pornografía, la profesión de azafata de determinado tipo, la profesión de modelo fotográfica, determinados estereotipos femeninos cinematográficos) implica una cierta ‘objetualización sexual’ realizada por el hombre sobre la mujer (al hombre le interesa una mujer ‘genérica’ (Bruckner y Finkielkraut, Carmen Vigil) que responda a sus fantasías sexuales o sexo-afectivas “egoistas”, y que las satisfaga a poder ser); una objetualización que -además- se concreta en una relación de tipo comercial entre ambos, una relación asímetrica en cuanto a los objetivos de una y de otro…, y 2ª) cabría la hipótesis de que la prostitución como práctica social institucionalizada contribuye a perpetuar la escisión del género femenino en nuestra cultura, así como un determinado orden social (patriarcal); así: las ‘prostitutas’conformarían la categoría de las mujeres especializadas en el erotismo y cualificadas para servir al placer sexual y sexo-afectivo de los varones, por contraposición a 1) las novias y a las ‘madresposas’, que serían las mujeres dedicadas por excelencia a las tareas de la reproducción, del cuidado del esposo y de la educación de la prole y del mantenimiento del hogar, y que estarían en una situación de dependencia económica respecto al mismo y a 2) las ‘monjas’, que serían mujeres cuya sexualidad directamente es negada… Con la existencia de las ‘prostitutas se estaría, en definitiva, -según esta hipótesis- minusvalorando directamente una serie de capacidades a las mujeres así como conculcándoles una serie de derechos afectivos y sexuales que les corresponden por el hecho de ser personas).
¿Por que vía se consolidaría esta ‘escisión de género’ -que se traduce en una opresión para las mujeres por el hecho de serlo en una cultura patriarcal-, de la que hablo? Pues por la vía de la demanda efectiva de prostitución que realizan los varones: teniendo en cuenta que los roles asignados a cada género son históricamente cambiantes, pero que la prostitución -según puso -definitivamente- de manifiesto en el siglo XX la aproximación sociológica ‘funcionalista’, cumpliría unas determinadas ‘funciones sociales’ en la organización de la sexualidad masculina, que por su naturaleza -compensatorias, sustitutivas-, harían que el hombre al acudir a la institución prostitucional, encontrase de algún modo en ella lo que no encuentra en otras instituciones sociales como son el noviazgo o el matrimonio (en este punto quizá sería preciso distinguir bien lo que es ‘prostitución’ o ‘alterne asemejado a (u orientado hacia) la relación prostitutiva’, de ciertas formas de alterne más parecidas a una mera conversación pagada, pero convencional entre hombres y mujeres, que podría tener incluso una función positiva y favorecedora del cambio en los varones al procurar en estos el desarrollo de habilidades sociales para la comunicación con las mujeres en su conjunto), esta utilidad de la prostitución para la organización de la sexualidad masculina afianzaría los roles patriarcales preestablecidos para las mujeres y perpetuadores de la escisión de su género (en ‘prostitutas’,’madresposas’,’monjas’…), al estar dichos roles sustentados -además de por lo ya comentado- sobre una desigualdad estructural de naturaleza económica (o de falta de ‘igualdad de oportunidades’ de cara al empleo, etc.) entre los hombres y las mujeres oferentes de prostitución. [NOTA: cfr. para el tema de la escisión de género, por ejemplo, la tesis doctoral de Marcela Lagarde: “Los Cautiverios de las Mujeres…”, o también el interesante artículo de la socióloga e investigadora del fenómeno, Clara Guilló, titulado: “El cliente de la Prostitución Femenina”, en “Molotov nº 40, nov. 2003, en internet. Para el tema de la aproximación funcionalista, véase por ejemplo el artículo, de 1937, del sociólogo de la escuela funcionalista norteamericana, Kingsley Davis titulado: “The Sociology of prostitution”, o también: GAGNON, J. H.: pp. 582-583 y 586 de: “Prostitución”, en: “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales” (varios tomos). Aguilar : Madrid, 1974]
Por otra parte, a mi me parece “inmoral” o no legítimo desde un punto de vista ético, el acto (para la generalidad de los hombres) de entrada en el contrato de prostitución en sí mismo, pues aunque la mujer pueda acceder al establecimiento de dicha relación por decisión propia, ello no impide que -considerando la crítica anterior- podamos considerar ese acto del varón como una ‘apropiación erótica’ (víd. en el texto: Marcela Lagarde, op cit. , Josep-Vicent Marqués, op. cit. y también Bruckner P. y Finkielkraut, A., op cit..) que él realiza sobre la mujer, un acto, a mi juicio, abusivo, por estar fundado sólo en su deseo egoista, y por supuesto, imprudente (cuyas consecuencias -negativas o “positivas”- sobre la ‘psique’ de la mujer el cliente no puede conocer); un acto que atentaría de algún modo contra la moral social -al menos la de nuestra ‘cultura ideal’*- de nuestras sociedades del presente; reflexionemos a este respecto sobre algo que decía ya en el año 1969 el sociólogo de la sexualidad John H. Gagnon: “El dinero es el lubricante universal y la medida de todas las cosas, proporciona a la sociedad una fluidez para el intercambio que está profundamente enraizada en la conciencia moderna. En una época en que el matrimonio ya no es un intercambio de bienes con vistas a la reproducción y en la que existe una ideología romántica de la pareja, la experiencia personal de la sexualidad es absolutamente lo contrario de la cualidad pública que el dinero posee. Se supone que la experiencia sexual debe ser individual, afectiva e inconmensurable, y a través de estos atributos adquiere su especial importancia dentro de la sociedad.” [Extraido de p. 582 de John H. Gagnon, op. cit.]
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(*) Para la utilización de las categorías de ‘cultura ideal’ y ‘cultura real’ en el análisis del comportamiento (en tanto comportamiento que se desvía de la norma social)que realizan las oferentes y los demandantes de prostitución, remito directamente al posible lector/a al artículo de Ignasi Pons (1995) titulado: “Prostitución: Lugares y Logos”.
Gracias por su atención.
At 7:53 AM, Triky said…
Evidentemente no he meditado en tanta profundidad el asunto. Y de hay mis respuestas que son meras impresiones a raíz de su ensayo.
El problema parece ser el sexo dentro de la sociedad y las relaciones entre géneros.
De acuerdo que la prostitución es un reflejo del rol que ejerce el concepto de sexo en nuestra sociedad, pero de ahí a tacharla de inmoral ‘per se’ por una ‘apropiación erótica’ que daña la psique de la mujer por la violencia ejercida por el barón, aunque la mujer consienta voluntariamente a ese contrato…
Me parece que quien trata como un objeto inanimado y de forma bastante paternalista a la mujer es usted. Si hay libertad de elección no se puede considerar luego que hay violencia y abuso.
Una pregunta un tanto personal, no responda si no quiere, pero… ¿Ha ido usted de putas? Cómo hombre, más allá de verlas como un sujeto de estudio social, implicandose emocionalmente en el hecho.
Saludos.
At 6:33 PM, Ibán said…
Triky, deduzco en base a su última réplica, que mi respuesta a sus objeciones no ha sido en absoluto clarificadora.
A ver si exponiendo las cuestiones con un poquito más de detalle, consigo hacerme entender.
Comienzo pues:
A modo de consideración previa: uno de los presupuestos o principios teóricos que trato de hacer mío al proceder a analizar críticamente la prostitución es el de que (siguiendo al ‘Feminismo Radical’ ‘la sexualidad es política’, esto es la sexualidad (al igual que la familia) se estructura sobre la base de relaciones de poder que establecen hombres y mujeres.
-Con respecto a la noción de ‘apropiación erótica’, tal y como yo la entiendo tras haber leído la crítica de Marcela Lagarde sobre la prostitución*, no se refiere a que el varón cliente ejerza violencia sobre la mujer y que esto consiguientemente dañe la psique de ella (yo en ningún momento he utilizado el concepto de ‘violencia’ al referirme a la prostitución, tal y como hacen las feministas abolicionistas; leeme pues con más atención), sino que se refiere a que el hombre cliente al entrar en el contrato de prostitución está imponiendo unos “límites” efectivos a la sexualidad de la mujer (la sexualidad forma parte de la personalidad de cualquier individuo), está oprimiéndola en lo que respecta a su sexualidad, bajo la excusa de que para ella la actividad que realiza es trabajo. Este acto cliente además está cargado de significado androcéntrico (egoista) con respecto a la sexualidad (sexualidad igualitaria y prostitución es una contradicción en sí misma, pues si el hombre paga a la mujer es para tratar de compensarla en algo por su actuación), y posiblemente imprime identidad en la mujer (toda actividad que realiza un individuo construye su identidad), sobre todo al ser designada ella (tanto por el varón cliente como por la sociedad) como mujer especializada en la sexualidad erótica, no fundante de futuro (Marcela Lagarde): la identidad social de la ‘prostituta’, que, de principio, está fuertemente inscrita en nuestra cultura, la construyen el varón cliente (a través de su interacción con la mujer y el concepto que se forma de ella) y el conjunto de la sociedad, como contrapuesta a otras identidades patriarcales que también significan un ‘cautiverio’ para las mujeres como son las de la ‘madresposa’ o la de la ‘monja’, y esta identidad social acabará revirtiendo en la autoidentidad de la mujer.
Lo que yo intento juzgar desde un punto de vista ético, entonces no es la decisión voluntaria de la mujer de prostituirse o cosas por el estilo, sino que es el acto del hombre individual de entrar en el contrato de prostitución, cuando consideramos lo que significa esta forma de relacionarse con una mujer. Yo considero, desde el punto de vista de la crítica a la prostitución como institución social, razones como que la prostitución es una práctica social masculina extendida y asentada en nuestras sociedades, o que es un objeto de consumo perfectamente integrado en el mercado de servicios que está incluso publicitado en los diarios de información general, o que constituye un “trabajo” (y una forma de ganarse la vida) para muchas mujeres, como meras justificaciones o excusas que en si mismas no legitiman el acto-cliente de demandar prostitución.
Yo no considero a la mujer como un objeto inanimado ni la trato de una manera paternalista, pues no hablo para nada de ellas, sino que lo que examino son los comportamientos de los varones producto de una decisión individual a la luz de la ética (feminista ‘igualitarista’).
Por otra parte, no deberíamos olvidar que la libertad de elección siempre se da de un modo condicionado (nadie es absolutamente libre al decidir sobre algo). En el caso de la mayoría de las mujeres que ejercen prostitución en nuestro país (y que son inmigrantes), el factor de ‘presión económica’ resulta determinante para que ellas adopten y/o permanezcan en la prostitución; las circunstancias vitales de estas mujeres y sus razones pueden ser muy variadas (situación jurídica irregular- no contratación en trabajos ‘normales’, explotación laboral en otros trabajos, desarraigo, pago de deuda, salir de la pobreza, pago de estudios a sus familiares o a ellas mismas, pago de costes de enfermedad de sus familiares, adquisición de vivienda digna, pérdidad de cónyuge y necesidad de “salir hacia adelante”, etc.).
Con respecto a la calificación que hago del acto-cliente de entrada en el contrato, como ‘imprudente’, explicar que con esto me refiero a que el cliente obra de esta manera al no conocer nada del ser humano que tiene delante (la mujer en situación de prostitución); de hecho él suele ignorar -o si lo sabe, muchas veces no suele importarle- cosas tan básicas como: el grado de ‘presión económica’ que hace a la mujer estar en esa situación -ofreciendo su cuerpo para ser usado sexualmente-, la forma de pensar de ella en torno a la sexualidad y la afectividad (que puediera ser claramente incompatible con la relación que establecen el hombre y la mujer en la prostitución: sexo con alguien que puede resultarle a la mujer desagradable -por el motivo que sea-, promiscuidad sexual (aunque sea conceptuada por la mujer como trabajo), sexo entre desconocidos, no fundante de futuro -dura lo que dura el contrato d prostitución y sin fases previas, sin cortejo…-, sexo desprovisto de afecto mutuo, determinadas prácticas sexuales destinadas al ‘placer’ sólo de él y que para la mujer pueden resultar desagradables o comprometedoras, etc.), las creencias religiosas de ella -que pueden hacerla a ella tener un concepto de lo que está bien y lo que está mal muy restrictivo, con lo que el acto de prostituirse podría ocasionarle yun importante sufrimiento (piénsese en algunas mujeres de religión musulmana que puedan estar muy presionadas económicamente), su estado civil: si son casadas, solteras, o con novio formal, y que importancia tiene para ellas este hecho, etc.
Es en este sentido en el que debe interpretarse lo que digo de que el cliente ignora si las consecuencias sobre la psique de la mujer con su acción pueden ser positivas o negativas.
Respecto a tu pregunta sobre si yo he sido cliente, sólo reponderte que no creo que este dato sea realmente relevante. El grado de conocimiento crítico que uno tenga sobre la relación prostitutiva no es directamente proporcional a nº de veces que tal individuo varón haya podido ser cliente: habrá individuos que con una sola vez que hayan acudido puedan tener un grado de autoconciencia sobre lo que significa ‘ser cliente’ bastante notable, mientras que habrá otros que habiendo acudido en numerosas ocasiones no se tengan desarrollada esta autoconciencia en absoluto.
Yo por mi parte no te revelaré si he acudido alguna vez o no, pero lo que sí te digo es que he tenido, en los últimos años, unas cuantas conversaciones con mujeres y chicas que ejercían la prostitución, así como también con algún que otro hombre cliente.
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(*) Véase cap. “Las Putas” de Lagarde y de los Ríos, Marcela: “Los Cautiverios de las Mujeres: Madresposas, Monjas, Putas, Presas y Locas”. Universidad Nacional Autónoma de México, 1990.
At 9:00 AM, Ibán said…
Una apostilla al último comentario que he realizado en respuesta a las objeciones de Triky:
Para explicar un poco mejor la noción de “apropiación erótica”, según yo la entiendo, reproduzco, a continuación, de modo literal, algunas de las tesis y argumentos que defiende la antropóloga Marcela Lagarde en la obra ya citada más arriba.
En el capítulo XI, “Las Putas” (p. 559 hasta p. 639) de sus tesis doctoral, Marcela Lagarde afirma cosas como las siguientes:
(Sobre la categoría “puta”, en la pp.559-560): “Puta es un concepto genérico que designa a las mujeres definidas por el erotismo, en una cultura que lo ha construido como tabú para ellas”. “(…) De esta manera, el concepto puta es una categoría de la cultura política patriarcal que sataniza el erotismo de las mujeres, y al hacerlo, consagra en la opresión a las mujeres eróticas. Al mismo tiempo, expresa a los grupos de mujeres especializadas social y culturalmente en el erotismo. De ellos el de las prostitutas es el de las mujeres reconocidas como putas.” [NOTA: Esta conceptualización del ‘estigma de puta, creo que sería compartida por otras teóricas del estigma -bien distintas ideológicamente a Marcela Lagarde-como son Gail Pheterson o Dolores Juliano.]
(Sobre la categoría ‘prostituta’, en p. 563): “La prostituta es la mujer social y culturamlmente estructurada en torno a su cuerpo erótico, en torno a la transgresión. En un nivel ideológico simbólico, en ese cuerpo no existe la maternidad. La porostituta como grupo social disocia en su cuerpo la articulación entre los elementos básicos de la unidad genérica, de la condición femenina. La prostituta concreta la escisión de la sexualidad femenina entre erotismo y procreación, entre erotismo y maternidad, fundamentos sociales y culturales de signo positivo del género femenino.
En esta situación femenina, como en otras, se resalta y se convierte en definición exclusiva de la mujer uno de los componentes de la feminidad. En la dialéctica de escisión del género femenino por su especialización en grupos excluyentes, las monjas son la expresión socio-cultural contraria a las prostitutas: su ser social es organizado en torno a un cuerpo al cual se niega la sexualidad, al prohibírseles el erotismo y, en consecuencia, la maternidad. (…)
La prostitución es el espacio social, cultural y político de la sexualidad prohibida, explícita y centralmente erótica, de la sexualidad esteril, de la sexualidad no fundante de futuro.”
(Sobre “La Venta”, en pp. 566-567): “(…) La prostituta es libre y vende simbólicamente su cuerpo (pero no en realidad ya que no es comprado su cuerpo inerme, sino con energía vital, con voluntad). La prostituta vende de hecho su cuerpo/subjetividad, su situación social, que permite al comprador quedar en libertad en relación a la mujer terminado el tiempo de la transacción.
La importancia de esta libertad radica en que para los hombres en esta sociedad, entrar en tratos eróticos con mujeres significa adquirir un conjunto de compromisos y de obligaciones ligados a las instituciones matrimonial y familiar.
En cambio la relación con la prostituta es limitada en el tiempo…”
(Bajo el epígrafe “Contradicciones del erotismo”, en pp. 569-570):
“El trasfondo de la contradicción sustantiva del erotismo dominante es el siguiente:
1) Se reprime el erotismo placentero de las mujeres y los aspectos de la sexualidad que remiten directamente a éste, y se les constituye en tabúes, en pecados y, en delitos.
2) Con todo, apartir de los privilegios y de la poligamia, los varones pueden realizar el erotismo, que en ellos tiene menor carga negativa;
3) Por ende, el erotismo queda proscrito para las mujeres.
4) La sociedad destina un grupo de mujeres para la sexualidad erótica, a fin de satisfacer las necesidades naturales (positivas de los hombres).
5) Se desarrolla la necesidad de la poligamia masculina, y de formas proscritas de sexualidad, por estar situadas en el ámbito del placer erótico.
6) La sociedad y la cultura crean a las prostitutas: a través de su cuerpo y de su existencia, se da la realización cultural del erotismo femenino que define a las mujeres como objeto del placer de otros.
Así, las prostitutas confirman y constatan el erotismo de todas las mujeres –en particular el de aquellas que deben carecer de él. A través de mecanismos sociales y culturales se especializan mujeres que realizan a nivel simbólico el erotismo femenino a nombre de todas, aún de aquellas a quienes en lo social les ha sido conculcado.
Al ser consideradas necesarias, las prostitutas, que pertenecen al mal, son valoradas a la vez como buenas, bajo el prisma de la ideología del erotismo patriarcal: las prostitutas son benéficas para la sociedad, porque con su dedicación al eros, aseguran la virginidad indispensable de las mujeres destinadas a ser madresposas, así como la fidelidad, la monogamia y la castidad de quienes ya lo son. La articulación entre matrimonio y prostitución (*), entre madresposas y prostitutas, se basa en la articulación asimétrica conyugal de la monogamia femenina y la poligamia masculina.”
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“(*) Diversos autores desde el siglo pasado conceptualizaron la relación entre monogamia y prostitución. Engels (1884:75) la concibió como parte del proceso histórico de exclavitud de las mujeres “la monogamia con sus complementos, el adulterio y la prostitución”. En esa tradición filosófica, Bebel (1891) y en este siglo Kollontai conciben al matrimonio con su poligamia masculina y monogamia femenina como la cara de una moneda que tiene a la prostitución por complemento (Kollontai: 1921). Bataille (1971:183) ubica elorigen de la prostitución como complemento
matrimonial: “Aparentemente, la prostitución no fue al principio más que una forma complementaria del matrimonio. En tanto que paso, la transgresión del matrimonio ayudaba a entrar en la organización de la vida regular, y la división del trabajo entre el marido y la mujer era posible a partir de ahí”.”
(Continuaré esta aclaración de la noción de “apropiación erótica” muy pronto…)
At 11:36 AM, Ibán said…
Explicación de la noción de ‘apropiación erótica’ (continuación…). Más cosas que afirma Marcela Lagarde en el capítulo XI ‘Las Putas’ de su tesis doctoral:
(Bajo el epígrafe “La Pureza”, en p. 571):
“Las mujeres buenas, las madresposas, viven en un mundo cautivo que mira hacia adentro: El matrimonio cerrado monógamo forma parte de su mundo cerrado en “el otro”, en la casa, en la familia, en lo privado. En cambio, la prostitución es el erotismo en el mundo público, en el mundo abierto de los hombres. Como los espacios vitales de las mujeres derivan de la condición genérica, se reproducen en cualquier parte con características esenciales. Así, las mujeres mediante la prostitución forman parte del espacio público, del mundo abierto de los hombres, viven ahí, en un mundo privado, cerrado, atadas por su erotismo a los hombres -no a cada hombre-, en un cautiverio público.
Aunque no lo sepan, y en la ideología y en su subjetividad se conciban -no sólo como sujetos distantes sino absolutamente diferentes e intocables entre sí -prostitutas y madresposas, están relacionadas y deben su existencia las unas a las otras; es decir, a sus especializaciones genéricas basadas en la sexualidad diferenciada.
Así una de las funciones primordiales de las prostitutas es la preservación de la garantía, del prerrequisito que otorga viabilidad y es sello de calidad monogámica del resto de las mujeres. Están en la base de la existencia social de las mujeres que demostraron su virginidad y se convirtieron en madresposas, a quienes les permiten mantenerse puras, no pecar: limitar su sexualidad a la procreación, evitar el mal y subordinarse a los hombres a través de ella.”
(Bajo el epígrafe “Las mujeres objeto”, en pp.571-572):
“Con la prostitución las mujeres buenas pueden desarrollar una sexualidad exenta de erotismo y de complicidad subordinada, con prácticas definidas por la genitalidad que asegura la procreación en la pasividad política. Para asegurar esta relación política es que las madresposas requieren ser seducidas, conquistadas, para constituirse en objeto sexual procreador. Las prostitutas, en cambio son objeto sexual erótico. Aunque ambas son objetos sexuales, lo son de formas claramente diferentes. Sin embargo, tienen un tronco común que se encuentra en la base de la construcción histórica de las mujeres: ser objetos sexuales para el placer de otros. A diferencia de las prostitutas, las madresposas tienen asignado además, ser objetos sexuales no sólo para el placer (a pesar de su negación erótica), sino durante toda la vida de los otros. Así son objetos sexuales de la unidad erotismo-procreación.
Las prostitutas son esenciales en este complejo sistema sexual, y permitenla reproducción de:
i) la poligamia masculina;
ii) la virginidad, la castidad, la fidelidad y la monogamia de las madresposas;
iii) la escisión de la sexualidad femenina y la especialización de la feminidad en buenas y malas, en madresposas y putas, en yo y la otra; así son la expresión de la escisión histórica del género y de la enemistad de las mujeres;
iv) la permanencia del matrimonio;
v) son uno de los engranajes de la doble moral sexual, del machismo y del poder político de los hombres sobre todas las mujeres emanado de su dominio erótico sobre ellas.”
(Bajo el epígrafe “Apropiación erótica”, en pp. 572-573):
“La prostitución presenta afinidad con otro tipo de relación entre el hombre y la mujer. Se trata de la violación. “(…) La cosificación de las mujeres por ambas relaciones sintetiza y aclara el carácter patriarcal de las relaciones y de la trama social basada en la existencia de una ley de propiedad genérica:
La propiedad de todas las mujeres por todos los hombres se concreta en la propiedad de:
i) ciertos hombres sobre todas las mujeres, en el caso de la violación;
ii) en la propiedad de ciertos hombres sobre ciertas mujeres en la prostitución;
iii) en la propiedad de un hombre sobre una mujer en el matrimonio.
Todas las formas de propiedad sobre las mujeres y las relaciones sociales que expresan son simultáneas e interactúan.
(Bajo el epígrafe “Testigos”, en p. 577):
“Ir con las prostitutas es un verdadero simulacro de masculinidad, en particular de machismo, es una teatralización del poder patriarcal. (…)
Se establece un juego de poder en el que se acepta que quien puede es el cliente, el que paga más, el bueno, el ganón, el guapo, el que lo hace bien. Porque de entrada, la mujer no “chista”, no traiciona -a diferencia de las del mundo. La prostituta (…) hace lo que le manden, casi siempre, si le pagan lo que cuesta en su tarifa. La relación de ¿absoluto? poder de los hombres con las prostitutas, asociada a la permisividad erótica, en que “todo” se vale (prácticas consideradas inadecuadas, excluidas del erotismo bueno), son elementos que hacen atractiva la prostitución para los hombres. En cada acto, ellos rehacen su virilidad, revalorizan su autoimagen y alimentan su machismo; de ahí su permanente retorno. En la prostitución se reproduce el patriarcado en su conjunto, se recicla el sistema para que todo quede otra vez en su lugar.(…) La prostituta es el medio machista en el mundo heterosexual, para probar y demostrar la virilidad masculina frente a los otros hombres.
Pero, ¿cómo demostrar que se ha vencido y se ha ascendido a mayores niveles de virilidad? (…) El testigo no puede ser otro hombre porque competiría irremediablemente con los otros.
El único testigo posible es la mujer, porque es diferente y no compite por el triunfo de la virilidad. Al contrario, la mujer es capaz de reconocer el mayor grado de virilidad, es decir, de calificar el poder masculino, porque lo necesita para realizar su relación dependiente y su servidumbre voluntaria al poder de los hombres. Así la prostituta es testigo y compañía, objeto y medio. Y el eros es un asunto de poder entre los hombres, sobre las mujeres.”
(Bajo el epígrafe “Orígenes de la prostitución”, en pp. 580-581):
“(…) El surgimiento de la prostitución es un proceso histórico -social y cultural- complejo que nada tiene que ver con cualidades originarias, que significó la división de la sexualidad en erotismo y procreación, en cada mujer particular, y la aparición de grupos de mujeres dedicadas al eros y otras, dedicadas a la maternidad. Se trata de una especialización sexual al interior de las mujeres, que debe ser analizada en su relación con el proceso de dominio y sometimiento del género femenino en su conjunto. La prostitución tiene más deuda con la situación opresiva de las mujeres en su conjunto, que con otros factores inherentes al grupo de las prostitutas.
Algunos hombres se pueden apropiar de algunas prostitutas, porque todos los hombres son dueños potenciales, dirigentes y dominadores de todas las mujeres.”
(Bajo el epígrafe “La locura”, en pp. 587-589):
“(…) La versión modernizada de la prostitución como enfermedad es que se trata de una patología de tipo social: se plantea que la prostitución se debe sobre todo a fenómenos económicos: la miseria produce prostitutas (Gómez Jara, 1978). Sus verdaderas causas son las que derivan del antagonismo de clase y de la exacerbación de la explotación, de la crisis, del desempleo.
Es el enfoque funcional que plantea la prostitución como desviación de la norma, y está en la base de las diversas concepciones (religiosas o laicas) que la explican. Nada de fondo que ubique la prostitución como parte de las características del género femenino en su conjunto, ni como un modo de vida originado en la condición social de la mujer (que no sólo involucra aspectos conductuales). Nada que ubique a la prostitución como parte sustantiva de la sexualidad dominante y a las prostitutas como mujeres que se han prostituido, pero que lo han hecho precisamente porque son mujeres, porque ésa es una de las formas de ser mujer en las sociedades y en las culturas patriarcales.
Las prostitutas no son mujeres anormales ni la prostitución es una desviación. Las prostitutas son mujeres normales y la prostitución es uno de los modos de vida válidos creados “para” las mujeres. El sesgo teórico estriba en identificar la valoración negativa de que es objeto la prostitución en la ideología patriarcal -en su aspecto distorsionante de la realidad-, con la anormalidad, con la degeneración, con la enfermedad. Ese mecanismo ideológico que oculta la realidad, funciona de acuerdo con el siguiente principio: de manera implícita se supone que lo malo es inexistente; de ahí se colige que, como las prostitutas son malas, no existen.
Así cuando se piensa en la mujer, de manera general y abstracta, automáticamente se le da el contenido del estereotipo bueno al grupo en su conjunto, nunca se le identifica con la particularidad negativa, con el grupo descalificado moralmente. La mujer es la madresposa.
Otro elemento de ocultamiento ideológico de la realidad consiste en que, además, la prostitución es asimilada con las prostitutas. Por este mecanismo se oculta (políticamente) que los hombres son el otro elemento constituyente de la prostitución, y se afirma a la vez que quienes la encarnan son las prostitutas. Mediante este procedimiento intelectual se libera al hombre del mal de la prostitución, se le exonera y se le beneficia políticamente: la mala es la mujer.”
(Termino la explicación mañana…)
At 2:31 AM, Ender said…
En primer lugar, hola Voy de putas.
He descubierto tu blog a traves de un foro en el que, a veces he escrito.
La verdad es que lamento que la ultima entrada existente sea la critica moral ya que queria escribir un comentario para ti, lo haré en breve, pero tras leer (no sin cierto hastio…) el post de la critica, creo que necesito escribir algo.
Vamos a ver.
Iban (o deberia decir Marcela…) Muy interesante tu recopilacion de escritos de otros. La verdad es que creo que dar tu opinion era mas que suficiente, pero en fin. Por mi parte no voy a citar a nadie, no lo creo necesario, ya que, tengo una opinion propia mas que formada y en la qual me reafirmo dia a dia.
Todo lo que has escrito me aprece correcto solo que en toda tu disertacion hay un pequeño “desajuste”.
La moral y la ética, como bien debes saber (espero) són constructos sociales y como tales artificiosos fruto de la necesidad y del consenso. Si tenemos eso en cuenta, NINGUNA moral debe tomarse como modelo absoluto. Hay tantas morales como personas y todas ellas son válidas. (cuanto daño ha hecho el cristianismo…)
Te centras mucho en lo que a la prostituta (deberias quiza darte cuenta que, en este blog practicamente nadie habla de “putas”)le supone a nivel personal y social, su situacion pero creo que no valoras suficientemente el desgaste social que sufre el consumidor de dichos servicios. En base a la moral reinante, el consumidor de servicios sexuales es, en el escalafon social, mas detestable que la mujer que ejerce, porque, segun el inconsciente social, si hay prostitutas es porque alguien las necesita.
No digo que ciertas mujeres sientan o experimenten lo que tu comentas desarrollando su actividad. Lo que sucede es que muchas (muchisimas) otras se sienten considerablemente bien consigo mismas.
En cualquier actividad humana, las personas deben valorar los pro y contras de dicha actividad y te aseguro que, muchas de las mujeres que ejercen, aun siendo conscientes de muchas de las desventajas (sociales, emocionales, personales,…) que experimentan, valoran por encima las ventajas o beneficios de su situacion.
Que sucede si una mujer piensa que, ejerciendo se beneficia de la debilidad masculina al dominar al hombre y beneficiarse de el ofreciendole algo que para ella no tiene la menor importacia? (apunto: ciertas personas pueden separar perfectamente el sexo de los sentimientos, aunque no lo creas…)
Por otra parte.
Soy musico, y muchas veces me he visto obligado a ejercer mi profesion delante de personas que aborrecia y viendome obligado a tocar canciones estupidas, vejatorias y insultantes para mi, vestido con trajes mas que vergonzosos que me deprimen pensando lo que he luchado y estudiado para llegar a eso siendo capaz de mucho mas que eso.
Muchas personas sufren cierta “marginacion” y “vejacion” ejerciendo sus profesiones, como las personas que limpian pisos, los reponedores de supermercado, las cajeras,… hablamos de ello? o eso no merece consideracion??
En fin.
El mundo es injusto en la medida que tu quieras.
Pero que otros cuestionen ciertas cosas cuando los “afectados” ni se lo plantean…
At 12:24 PM, Ibán said…
Continuación de la aclaración: a) -Final de la explicación de la noción de “apropiación erótica”(tomada de Marcela Lagarde); b) Corolario o implicaciones éticas; c)Respuesta al lector, Ender.
a) “Apropiación erótica” (cont.). Más cosas que afirma Marcela Lagarde:
(Bajo el epígrafe “Conyugalidades entrelazadas”, en p. 591):
“(…) La prostitución es requerida por la sociedad, de la que forma parte como conjunto de relaciones sociales eróticas, y por la cultura, como refuerzo del matrimonio, monogámico para la mujer y poligámico para el hombre. La prostitución es estimulada culturalmente -aun con la valoración negativa que se le da. El oscurecimiento del hecho lo otorga la concepción ideológica que no lo analiza como parte de la sexualidad dominante estructurada en torno a la poligamia masculina, la monogamia de las madresposas y como parte de la moral sexual.”
(Bajo el epígrafe “Las prostitutas-todas putas”, p. 600):
“La prostitución es un hecho femenino. Aunque haya hombres que cobren por sus actividades eróticas, no es un hecho significativo numéricamente. Pero no está ahí la distinción fundamental, sino en el hecho de que la sexualidad erótica no define la condición genérica masculina.
El que la inmensa mayoría de prostitutas sean mujeres radica en que “todas las mujeres son putas”, es decir mujeres objetos sexuales antes que nada. La prostitución no encuentra su causa en cada mujer, en su especificidad, sino en la esencia social de las mujeres: como seres para y de otros, definidos en torno a la sexualidad erótica o procreadora, las mujeres todas son objeto. Su cuerpo y su sexualidad son para el placer y la existencia de “otros”. La escisión genérica y la especialización social y cultural de mujeres particulares para la prostitución, se explican por la enajenación de la mujer basada en la separación de su cuerpo y su subjetividad que no son suyos, que le han sido conculcados. La propiedad general de todas las mujeres por los hombres, es una determinación histórica esencial, que las hace a todas seres dispuestas a ser ocupadas, seres a disposición, en servidumbre voluntaria: putas.”
(Bajo el epígrafe “El Dilema, en pp. 602-604):
“La ética mercantil y patriarcal permite a las mujeres encontrar justificación: todo está permitido para tener dinero, bienestar, y éxito; pero quienes pueden otorgarles esos bienes a las mujeres son los hombres, entonces hay que llegar a ellos. Todas las mujeres tienen el cuerpo y su sexualida (erótica o procreadora) para seducir a los hombres, en el bien y en el mal. El cuerpo y la sexualidad de las mujeres dan para conseguir marido, amante o cliente; hombres que bajo normas y discursos diferentes se relacionan con las mujeres como seres-objeto.
De esta manera, la prostituta actúa bajo las normas de la condición de la mujer, y sólo da un pequeño viraje. En su conciencia, ella da su cuerpo, su sexualidad, y su subjetividad no para tener marido, ni familia, ni todo lo que eso conlleva. La prostituta cree que “coge” solamente a cambio de dinero, en una relación más claramente mercantil que la de la esposa. Muchas comparan esta situación con la de las madresposas y se sienten superiores, porque no se “atan” a uno para toda la vida, sino con la clientela, compuesta por individuos intercambiables.
Uno de los principios de la relación prostituida es la aceptación por la prostituta del dinero -de quien por su mediación, se convierte en cliente-, a cambio de su energía erótica. Implica esta aceptación además, la renuncia de la prostituta a una relación emocional con el hombre-cliente.
(…) Como grupo socio-cultural de mujeres, las prostitutas no son esposas, ellas son amantes temporales a paga. La disponibilidad erótica, es decir, el hecho de que tengan relaciones eróticas con decenas y centenas de hombres, en una sociedad que exige a las mujeres virginidad, monogamia, y castidad, las pone fuera del ámbito de circulación de las esposas. No reúnen los requisitos básicos exigidos por las instituciones y por los mismos hombres que tienen relaciones con ellas, para serlo.”
(Bajo el epígrafe “Autoidentidad: yo y las otras”):
“(…) Pero es imposible lograr una identificación positiva entre prostitutas y madresposas, porque además se enfrentan como enemigas, cuyo objeto de la discordia son los hombres. Las madresposas son las buenas, son Yo, y las prostitutas son las malas, son “las otras”. Aunque en una dimensión valorativa en parte negativa, las prostitutas asumen el mundo desde Yo, y para ellas las “otras” son las demás.
Así, ambas internalizan como parte de su identidad sólo fragmentos de su condición genérica y de su situación, ideológicamente reconocidos en ellas como definiciones vitales en que son especialistas, y no incorporan a su identidad aquellos hechos que son atributo de las otras mujeres. Los hechos negados existen y no están ausentes de su subjetividad: son parte de ellas mismas, no aceptadas, reprimidas en la conciencia, desvalorizadas y rechazadas. Resulta entonces la suya una subjetividad escindida, producto de la escisión del género en grupos de mujeres antagonizadas, cuya especialización implica la exclusión de “las otras”.
Cada cual, prostituta y madresposa se viven a sí mismas y a “las otras”, a partir de la aceptación y el rechazo, de la negación y la envidia. Los conflictos vitales de tipo emocional, los nervios, los berrinches, las peleas, los odios de muchas mujeres, se remiten a estas contradicciones internas a cada una, y al género. Estos conflictos, a su vez, se combinan y entran en contradicción, con otras condiciones de vida.”
(Bajo el epígrafe “¿Qué se aprende”?, en pp. 608-609):
“(…) Así el eros prostituto es un espacio pedagógico donde todos son maestros y pupilos de un erotismo dominante, patriarcal. Su especificidad frente al erotismo conyugal en el matrimonio cuya fuente y definición es la misma, consiste en que en el erotismo del mal, “se vale de todo”. Esto quiere decir , de todo lo que satisfaga a los hmbres, a su imaginación y a sus fantasías, culturalmente codificadas. (…) Todas las mujeres son objeto en el erotismo, sin embargo, en cierta medida, a las esposas buenas las protegen los tabúes: la apropiación tiene límites para el hombre. En cambio la apropiación erótica de la prostituta sólo tiene límites mercantiles -las tarifas. Su voluntad (culturalmente modelada) no existe. La esposa sabe que algo no le gusta, o no es correcto, o no se puede. En el erotismo matrimonial, la esposa encuentra en el no (impuesto), la posibilidad de preservarse.
La posibilidad de transgresión erótica con mujeres definidas por la sensualidad y el erotismo es lo que buscan los hombres en las prostitutas, como reafirmación de su propia virilidad por vía erótica. Se trata del poder erótico al desnudo, tributo a las cualidades de la condición masculina, su alimento.”
(Bajo el epígrafe “Aprenden un cuerpo y un eros”, en p. 614):
“(…)El aprendizaje de las prostitutas incluye fórmulas de comportamiento y lenguajes. La prostituta debe saber cómo dirigirse y tratar a los clientes, a los alcahuetes, a las señoras jefas, a otras prostitutas según su rango, a los policías. Esta jerga está cargada de valores, de entendidos, de complicidades, de tal manera que al poseerla y usarla, la prostituta es identificada y se relaciona como tal, hace suyos los patrones de acción, de pensamiento y afectivos propios de su situación: constituye un lenguaje subjetivo.”
(Bajo el epígrafe “La virilidad”, en pp. 620-621):
“(…) Es así como mujeres distintas a las madresposas, como otras mujeres especialistas, atienden las necesidades sociales y culturales eróticas de los hombres, para que la castidad y la virginidad de las mujeres especializadas en el matrimonio y la maternidad sea salvaguardada, para que su sexualidad esté destinada a la familia, a la sociedad. Se trata de preservar el derecho de “estreno” del marido, sobre el cuerpo virginal de la mujer, para asegurarle la paternidad de sus hijos, ya que el matrimonio implica, a diferencia de la prostitución, la obligación del reconocimiento de los hijos, de la paternidad. (…) El derecho y el ejercicio de propiedad privada exclusiva que tiene cada hombre sobre su esposa (se extiende también a amantes y concubinas), son formulados culturalmente como cualidades inherentes a las mujeres en su calidad de esposas: se trata de la castidad y la fidelidad. Incluso, la trasgresión de esta norma es un delito sancionado por el Estado con el nombre de adulterio.
Pero éstas, que son culalidades de las esposas, son obligaciones también para aquellas que no tienen dueño particular, las solteras de cualquier edad: tienen también prohibido relacionarse eróticamente con los hombres, deben ser también castas y puras. Es decir, a las mujeres sólo se les permite el erotismo en el matrimonio, como parte de la procreación. Sólo como una utilidad y un beneficio social. El caso de las solteras muestra, con la ausencia de propietario, la realidad de la propiedad general de los hombres sobre las mujeres, y la apropiación que hace la sociedad de la sexualidad femenina.”
(Bajo el epígrafe “Los prostitutos-Perversas y prostitutos”, en p. 622):
“(…) La prostitución no es un fenómeno unilateral, involucra a los dos géneros: de un lado está la prostituta, del otro, el cliente quien no es un ente pasivo seducido, sino activo. En este sentido los hombres no usan la prostitución, tampoco son ajenos o exteriores al fenómeno. Como clientes, proxenetas, cinturitas, etcétera, forman parte de la prostitución y en consecuencia deben ser llamados prostitutos. (…) La prostitución es una institución en que participan la mujer y el hombre, ciertos hombres y ciertas mujeres, que están en relación con todos los demás, aunque lo ignoren.
Una diferencia cualitativa en la participación de las prostitutas y de los clientes en la prostitución está en que para ellas, conforma su modo de vida, totaliza su existencia. Para ellos, sólo es una parte de su modo de vida, minimizada en su conciencia tanto por su pertenencia al mundo del mal, como por la permisividad de que gozan los varones para actuar en la prostitución.
La prostitución es un modo de vida común, generalizado y obligatorio para muchas mujeres (objeto erótico) y es una institución, un conjunto de normas y relaciones (eróticas, económicas, sociales), de prácticas (eróticas y políticas), y es espacio cultural para la realización de la virilidad de los hombres (sujetos).
(Bajo el epígrafe “El cliente”, en pp. 623-624):
“(…) Los hombres van con las prostitutas a hacer lo que no se vale. Pero van con una prerrogativa: la carencia de responsabilidades emocionales, económicas, sociales, vitales.
(…) A diferencia de la sexualidad positiva en que las relaciones eróticas generan para los hombres compromisos, pactos y nexos, derechos y obligaciones sociales con sus novias, esposas, y amantes, por ser negativa, la sexualidad erótica con la prostituta no los genera.”
……………..
At 2:48 PM, Ibán said…
COROLARIO
Lo que se acaba de terminar de exponer no es más que un extracto -a base de fragmentos reproducidos literalmente- del análisis crítico que hace Marcela Lagarde de la prostitución (en cuanto institución social patriarcal) y de la categoría ‘prostituta’.
Con este extracto se ha pretendido explicar o definir un poco un concepto tan aparentemente confuso como es el de la ‘apropiación erótica’ que realizan los hombres sobre las mujeres en la prostitución. Una vez expuesta dicha explicación, creo que fácilmente se puede extraer de lo enunciado el siguiente corolario concerniente a los aspectos éticos de la demanda de prostitución por parte de los varones:
Los hombres en general -y cada hombre en particular- cada vez que establecen un contrato de prostitución con una mujer (además de reforzando o alimentando una organización de la sexualidad masculina de signo patriarcal, que posiblemente dificultaría o impediría el cambio en su rol genérico asignado socialmente) estarían contribuyendo de modo esencial a afianzar la escisión genérica de las mujeres según su especialización, en una especie de dialéctica de grupos excluyentes entre sí: unas, ‘las putas, otras, ‘las madresposas’, otras -en fin-, las monjas… De este modo estarían arrebatando cualidades y modos de realización personal a todas las mujeres en general: a unas y a otras. El ciente de prostitución, al ser el soporte fundamental por el cual pervive dicha institución, estaría favoreciendo, en definitiva, que las identidades de las mujeres particulares (madresposas, prostitutas…), en base a su “situación” impuesta culturalmente por el patriarcado, resulten escindidas (al incorporar sólo algunos fragmentos de su condición genérica y de su situación y tener que “negar” otros). La identidad de la mujer en prostitución en cuanto identidad genérica se explica por la enajenación de la mujer basada en la separación de su cuerpo y subjetividad, un cuerpo y una subjetividad que no son suyos que le han sido conculcados. Tanto las madresposas como las prostitutas son objetos para los hombres: su cuerpo y su sexualidad son para el placer y la existencia de “otros”, etc.
Es, por tanto este hecho de la ‘apropiación erótica’ que efectuan los hombres en la prostitución lo que podría ser cuestionado en lo que a legitimidad moral se refiere, éticamente: (los hombres con comportamientos como estos estarían restando “humanidad” al conjunto de las mujeres).
Algunas otras investigadoras y científicas, críticas con el fenómeno, analizan esta cuestión de manera similar a Marcela Lagarde; este sería el caso de la socióloga Clara Guilló Girard, quien ha dirigido recientemente una investigación sociológica sobre la prostitución en Andalucía. Ella expone en un artículo publicado en 2003, a propósito del hecho de ser cliente de prostitución y la desigualdad de género, lo siguiente:
“(…)El segundo grupo de motivos por el que los hombres más dicen ir a la prostitución (el primero es pasar un buen rato) es el de “probar cosas nuevas”. Esto está en relación directa con unas relaciones de pareja poco evolucionadas y poco igualitarias. Hoy en día los hombres siguen haciendo la distinción de “las cosas que pueden hacer con sus compañeras o esposas” y las que “se pueden hacer con una puta”. Las categorías mujer buena/mujer mala, esposa/puta se refuerzan totalmente. En una sociedad con unas relaciones de género igualitarias, éstas deberían ir acompañadas de una imagen de una mujer con una sexualidad libre y no centrada en la reproducción como sigue siendo el caso hoy en día. (…) Estudiando al cliente masculino, vemos que la prostitución femenina se busca en nuestro contexto cultural e histórico no tanto por el sexo (el coito) como por el poder sexual. Poder sexual entendido en dos sentidos. El primero tiene que ver con el que se da a la prostituta (mujer activa y sabia) que el hombre cliente elimina, subordina, subvalora y niega a las otras mujeres. El segundo está en relación con el poder del hombre: el privilegio de su sexo de transgredir unas normas sociales y morales de negociación con la pareja: mujer buena, esposa, recurriendo a un sexo comercial que nunca ha existido igual -ni en modo ni en forma- para las mujeres. Se exalta el poder del hombre a través del uso que hace de su sexualidad, su doble moral, y su poder económico.”
Y concluye Clara Guilló, diciendo: “Así, desde la perpectiva masculina, la prostitución es un mecanismo extremadamente conservador, porque refuerza las relaciones de género tradicionales, la distinción entre mujeres buenas y malas, y subvalora la sexualidad de las mujeres en su conjunto.” [Clara Guilló en: “El Cliente de la Prostitución Femenina”, pp. 2 y 3; en ‘Molotov’ nº 40, nov. 03 (en internet)]
(En el próximo ‘post’ que deje espero finalizar este comentario…)
At 11:51 AM, Ibán said…
Por su parte, otras analistas y críticas del fenómeno, objetan directamente a los grupos de activistas y autoras feministas que reivindican que la prostitución sea considerada como un trabajo, el no cuestionamiento del estatuto (o identidad social) de ‘prostituta’ en tanto que “producto” del patriarcado; tal sería el caso de Carmen Vigil. Se queja esta autora de que: “No se puede defender a las prostitutas de carne y hueso sin cuestionar previamente su estatuto de prostituta (de mercancía sexual que puede ser adquirida y consumida). Del mismo modo que tampoco se puede defender a las amas de casa de carne y hueso sin cuestionar previamente su estatuto de ‘ama de casa’ (de persona económicamente dependiente) ni, en general, defender a las mujeres reales de carne y hueso sin cuestionar previamente el estatuto de ‘mujer’, con sus diversas variantes, en el que nos encierra el sistema social de género. la asunción voluntaria, incluso complaciente, de las funciones que el patriarcado nos tiene encomendadas es uno de los mecanismos más eficientes de mantenimiento y reproducción del sistema de género (y en general, de cualquier sistema de explotación social). Todo es mucho más fácil y funciona mejor si existen medios y presiones sociales para que las propias víctimas se adapten a su papel y cumplan con su función voluntariamente, sin tener que recurrir a la violencia física…”
Y añade la siguiente objeción ante la defensa política que el movimiento pro-derechos hace de la prioridad de escuchar la voz de las propias interesadas (las mujeres que realizan prostitución): “(…) Los testimonios y la información que pueden aportar las prostitutas a partir de sus experiencia, lo mismo que las ex-prostitutas, no sólo son enormemente valiosos, sino que resultan imprescindibles para la comprensión de esta actividad. Pero, para interpretar y analizar esta información, y el resto de los datos que conforman el fenómeno de la prostitución, no están en mejores condiciones que las mujeres que no son prostitutas. Al contrario, en la medida en que todas las personas tienden a justificar teóricamente sus prácticas vitales, su implicación en el mercado del sexo supone una dificultad para el análisis objetivo del mismo. No es casual que en las filas abolicionistas no encontremos a mujeres prostitutas (aunque sí a muchas ex-prostitutas, algunas tan activas y experimentadas como Somaly Man): la asunción voluntaria del estatuto de prostituta no es compatible con el cuestionamiento teórico de este estatuto (eso supondría negarse a sí misma), de modo que no podemos esperar que las prostitutas, mientras lo sean por decisión propia, se impliquen activamente en el combate político contra la institución de la prostitución.
En todo caso, la existencia de la prostitución, contra lo que mantienen los reglamentaristas, concierne a todas las mujeres, incluso a las que no les importa nada el tema porque piensan que no va con ellas.
La expansión de una práctica comercial que trata el cuerpo femenino como un instrumento de placer sexual para los hombres, tiene implicaciones importantes para todas las mujeres. Y no sólo por el valor de símbolo que este tratamiento del cuerpo femenino puede tener en la consideración social de las mujeres en general. La representación ideológica de las relaciones entre hombres y mujeres que esta práctica presupone y refuerza al mismo tiempo, no puede dejar de tener consecuencias sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres concretos. Para comprar y consumir el cuerpo de una mujer, primero hay que considerar normal esta compra, hay que que tener interiorizada la idea de que este consumo es posible, de que un cuerpo femenino puede disociarse de la persona a la que pertenece y ser usado a voluntad por su consumidor. Y esta visión implícita del cuerpo femenino como un objeto que puede disociarse de su portadora y ser usado por cualquier hombre incide necesariamente sobre las relaciones de los consumidores habituales de prostitución con todas las mujeres de su entorno, pero también sobre las relaciones de los hombres con las mujeres en general, en la medida en que la práctica masculina de consumir cuerpos de mujeres en la prostitución esté institucionalmente asentada y sea considerada normal por el conjunto de la sociedad.” [Extraido de: Carmen Vigil y Mª Luisa Vicente(2006): “Prostitución, liberalismo sexual y patriarcado”, pp. 7, 10 y 11, de su artículo en formato pdf., en internet]
-En sus análisis críticos del fenómeno, Carmen Vigil adopta un tono claramente beligerante contra los que defienden la regulación de la prostitución como trabajo; la finalidad de sus escritos es pues, claramente ‘política’. Quizás se le podría objetar a esta autora el hecho de que en su crítica,al apoyarse de manera fundamental en el tema de la ‘ojetualización sexual’ de las mujeres que realizan prostitución, para a partir de ahí sacar unas consecuencias ‘políticas’ de signo abolicionista, en realidad acaba introduciendo un cierto sesgo ideológico consistente en ‘pasivizar’ a las mujeres que realizan prostitución, en presentarlas, al final, como meras víctimas de una suerte de todopoderoso patriarcado, a las que su condición de sujetos (dotados de autonomía) no sirve de nada para salir de la explotación. Esta objeción a mí me parece relevante desde una lectura en clave política del análisis que ella hace… Sin embargo,si atendemos a sus planteamientos y argumentaciones en torno al fenómeno, pensándolas solamente como una crítica cultural de la prostitución en cuanto práctica social institucionalizada que se da en las sociedades patriarcales, a mí los análisis de esta autora me parecen relevantes y a tener en consideración por diversas razones como son: la exhaustividad con que aborda el fenómeno, la sistematización de las ideas que expone, la coherencia interna de todo el discurso, y las verdades que contiene su análisis -sobre todo en relación al tema de la objetualización sexual que llevan a cabo los hombres sobre las mujeres en instituciones como la prostitución, o en relación a la cuestión de que la actividad prostitutiva ‘per se’ resulta opresiva para las mujeres, del mismo modo que el ser ‘ama de casa’ también significa opresión o que el ‘ser cliente’ también imprime identidad en los varones y puede resultar nocivo para estos (una identidad que posiblemente dificulta en ellos unas relaciones ‘igualitarias’ con el conjunto de las mujeres).
De todas maneras, a mí el análisis que lleva a cabo Marcela Lagarde, me parece más valido o útil para la confrontación de ideas con aquéllos que se posicionan a favor de la consideración de la prostitución como ‘trabajo sexual’, debido a que las tesis de esta otra autora yo las entiendo más como una crítica cultural con implicaciones de tipo ético para los varones y para el conjunto de la sociedad, pero no para descender con ellas al terreno de la ‘política’. El análisis de Marcela, además, yo creo que es algo más elaborado y sutil que el de Carmen Vigil, debido a que ella aborda la relación existente entre el poder patriarcal (en cuanto poder de “asignacion de espacios” a las mujeres, tal y como lo conceptua la filósofa española, Cristina Molina) y la prostitución en el nivel de la dialéctica identitaria de las mujeres (‘madresposas’, ‘putas’, ‘monjas’, ‘locas’…); unas identidades genéricas asignadas en las culturas patriarcales a las mujeres que conllevarían una escisión del género femenino e implicarían diferentes ‘cautiverios’ u opresiones para las mujeres particulares.
El nivel de análisis en el que se mueve Lagarde para su crítica es el de la prostitución como una ‘institución social’ originada (al igual que el matrimonio), mantenida y revalorizada en la cultura patriarcal, esto es importante enfatizarlo. Es por ello que tal crítica no sería incompatible con el hecho de que muchas mujeres que realizan actividad prostitutiva puedan no sentirse más incómodas realizando dicha práctica que cualquier otra trabajadora (que tuviese un trabajo pesado en el ámbito de los ‘servicios personales’). Un hecho tal considero que pertenece a otro nivel de análisis y así debiera ser examinado. A mí juicio, dicha constatación que es frecuentemente usada por las activistas feministas pro-trabajo sexual para defender sus planteamientos, ha de ser contemplada en el nivel de análisis correspondiente a la experiencia personal de la mujer con la práctica prostitutiva (sus vivencias en el trabajo, sus márgenes de libertad en la realización del mismo…). En este nivel, es cierto que se dan bastantes casos de mujeres para las que el desarrollo de la actividad no supone…
At 4:05 PM, Ibán said…
… especialmente -según manifiestan- una “mala experiencia” a nivel sexual (por ejemplo), pues entre otras cosas -en el aspecto de la relación sexual-, pueden desarrollar (y aprenden a hacerlo) resursos y estrategias para retener poder sobre sus clientes, y en el aspecto de la experiencia personal con la actividad, algunas mujeres resultan algo así como ‘empoderadas’,debido a razones aducidas por ellas tan diversas como: aprender gracias a la prostitución a separar el sexo del afecto (numerosos testimonios), al aprender a disfrutar sexualmente de su cuerpo, obteniendo además un beneficio económico a cambio (Carla Corso, relata que esto le ocurrió a ella), sentirse poderosas en relación a los hombres al “dar” su sexo en su nueva ‘situación’ a cambio de una compensación económica y sentirse así más independientes (esto les ha ocurrido a mujeres que, como la francesa Valerie Tasso, se adentraron en la prostitución al poco tiempo de haber padecido una situación de maltrato por parte de su pareja), el sentir poder en la negociación con el cliente y en los momentos que se les dice no, rechazándolos como tales, etc.
[NOTA: Para unas lecturas clarificadoras sobre este punto, cfr. en castellano, por ejemplo, los libros: “Una Vida de Puta”, (Claude Jaget, comp.), “El Prisma de la Prostitución”, por Gail Pheterson, o “Las Prostitutas: Una voz propia” (Raquel Osborne, ed lit.).
Al margen de la constatación de esta realidad en lo que a la vivencia de la práctica prostitutiva por parte de las mujeres se refiere, lo cierto es que la actividad que ellas realizan, al ser desde el principio una práctica cargada de significado patriarcal y que forma parte de la condición de “ser mujer” en nuestras culturas, construye identidad. Una identidad referida al género, cierto es, pero una identidad que es construida socialmente a través de la institución prostitucional y que al final revierte en la autoidentidad de la mujer. Esto último se hace patente por ejemplo en el fenómeno de los rechazos mutuos que se dan entre ‘prostitutas’ y ‘madreposas’ cuando unas hablan de las particularidades o cualidades de las “otras” con respecto a cosas como: sus respectiva funciones socialmente asignadas, sus relaciones con los hombres (o también, por supuesto, en los rechazos provenientes de los varones que participan en la prostitución como ‘clientes’, –muchos de los cuales “deshumanizan” a las mujeres de las que se han servido sexualmente, al desconsiderar su cualidad humana de ser sujetos con ‘logos’–, o en el matrimonio como ‘cónyuge’). La identidad de ‘prostituta’ es una identidad socialmente construida y que hunde sus raíces más profundas en nuestra cultura patriarcal. La prostitución sería así una forma de opresión hacia las mujeres institucionalizada, una suerte de ‘cautiverio’ (Marcela Lagarde) en lo relativo a su sexualidad (y su sexo-afectividad) que aún pervive en nuestras sociedades.
(Además de lo anterior, también creo oportuno dejar planteado el siguiente problema “teórico”: en algunas ocasiones he creido leer entre líneas en algunas defensas de la prostitución como una opción laboral más para las mujeres (por ejemplo en la investigadora Laura Agustín) el argumento de que la experiencia prostitutiva, en teoría, podría llegar a resultar incluso una experiencia positiva y placentera para las mujeres, si la actitud de los clientes fuera siempre de respeto hacia ellas y de desear participar en una relación placentera para ambos sin más, y si los márgenes de autonomía de las ‘trabajadoras’ fuesen siempre amplios para poder decir no cuando quisiesen a sus clientes y a las prop
Ibán Álvarez Requejo, sabes que te aprecio pero he de reconocer que ERES UN JODIDO FRIKI. ¿Te han hecho algún caso estas feministas? ¿Por qué crees que pasan de tí?